viernes, 27 de octubre de 2017

Por las sendas del odio


Pertenecer a un pueblo significa llevar grabada en el alma, a modo de ADN, el alma de ese pueblo.


En el corazón de quien esto escribe hay dos pueblos que desde muy temprana edad han protagonizado los relatos familiares. Su Catalunya natal y la Argentina paterna. Barcelona, la de las luchas obreras contadas por la abuela que vivió inmersa en ellas; pero también la de las alegrías, no menos obreras, narradas por una madre que desde muy joven amó esa ciudad como propia. Y un Buenos Aires lejano, evocado por los tangos que con linda voz cantaba esa dulce madre a impulso del amor que la unía a un hombre enamorado de esa República Argentina en que vivió los primeros años de su vida.

Hoy esos dos pueblos amados viven momentos de verdadera angustia. Uno completamente en manos de un gobierno neoliberal que sembrando odio se ha hecho dueño de la situación y amenaza con arruinarlo de por vida.  El otro, liderado por gente ambiciosa carente de artes políticas, ha trocado el amor patrio en odio hacia el Estado español hasta el punto de lanzarlo ciegamente a una confrontación que pudiera llegar a ser violenta. Dos hechos terribles que nos afligen y nos llenan el alma de pena.

Por las sendas del odio no se alcanza la vida. Solo la destrucción y la muerte llevan consigo quienes las siguen. Frutos del odio son las guerras, pero también otros males no tan graves pero sí lo suficiente como para hacerlas posibles. La xenofobia, el ruin clasismo, la insolidaridad que aísla, la irreflexión, el fanatismo que ciega y no deja ver la viga en ojo propio. Con el odio se ningunea a quienes disienten y así desaparece el diálogo y la convivencia.

Cargados de mentiras y de falsas promesas van haciendo camino los sembradores de odio, rodeados de mercenarios que ocultan sus fraudes. Grandes coros de voceros a sueldo y de necios voluntarios repiten hasta la saciedad las mentiras y consignas que expertos en manipulación de masas diseñaron. La ilusión vence a la realidad y el pueblo necio cae en la trampa de aplaudir a quien le ganó el corazón con cantos de sirena. Y así vemos a gentes humildes dar soporte a políticos neoliberales que van a aumentar la pobreza a los pobres y la riqueza a los ricos.  

En el ámbito político la maldad impera. Vale todo, menos perder. Si hay que mentir, se miente. Si hay que matar, se mata. Solo hay trampas si se ven; cuando no se ven, no hay trampas. Es cosa de estrategias, no de principios. Ganar es lo único que cuenta. La verdad depende de la simpatía que merece quien la proclama. La razón perdió la baza y cualquier adulador puede llevarse el gato al agua.

Grandes males traen siempre los sembradores de odio. Quienes han gobernado en el Estado español desde que los fascistas impusieron su ley en abril de 1939 han sembrado odio en abundancia. Pero quienes con fines electoralistas han atizado ese odio desde 2012 hasta el presente en Cataluña han abierto la caja de Pandora. El pueblo catalán está ahora expuesto a la ira de un Estado poderoso. Las consecuencias pueden ser muy graves.

No estamos de parte del Estado opresor. Nunca lo estuvimos y ahora menos. Pero no aprobamos lo que han hecho los líderes catalanes. Han proclamado la República Catalana a petición de menos de un tercio de la población sin que haya habido ningún referéndum legal vinculante. No nos parece justo. Las patrias no se imponen sino que se gestan mediante la solidaridad, la libertad y la igualdad de oportunidades. El respeto es fundamental para la convivencia. No es justo que las minorías impongan su voluntad a las mayorías.

La independencia de Cataluña no debió ser nunca un fin en sí misma sino que debió serlo la consecución de una sociedad más justa que la actual. Nos atrevemos a decir que todo lo que se aparte de esa senda nos va a llevar por mal camino. Por esa razón no pensamos que una Cataluña que se construye a partir de un sentimiento identitario que no comparte ni la mitad de la población pueda traer un mayor grado de justicia.

La República que el parlamento catalán acaba de proclamar no parece que tenga ninguna posibilidad de mejorar las condiciones de vida del pueblo. En cinco años que ha durado el proceso independentista no se ha hablado nunca de cómo sería ese futuro estado catalán. Pero sabemos que quienes lo han estado promoviendo son partidarios de las políticas neoliberales de la Unión Europea, lo cual no augura nada bueno. Eso aparte, el gobierno español hará cuanto esté en su mano para someter de nuevo Cataluña a la legalidad española.

La independencia patria hoy proclamada tiene aspecto de ser un brindis al Sol. Todo hace pensar que se avecinan tiempos aciagos para el pueblo catalán. Pero también cabe pensar que la osadía catalana pueda servir para que en el Estado español haya quien entienda la conveniencia de dar paso a una estructura más afín con las idiosincrasias de los pueblos que lo componen. Si eso se diese, las penas que nos pueda traer la infracción de la vieja Constitución de raíz dictatorial valdrían la pena. /PC

Publicado en ECUPRES: 



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