domingo, 15 de octubre de 2017

La independencia de Catalunya en tiempo de prórroga



El pasado martes, 10 de octubre de 2017, el presidente del gobierno autonómico catalán Carles Puigdemont convocó al Parlament de Catalunya para proclamar la República catalana y hacer pública su voluntad de asumir la responsabilidad que como presidente del gobierno de la Generalitat le corresponde.

Un gran despliegue de medios informativos, de ámbito nacional e internacional, esperaba el acontecimiento. Fuera del recinto ajardinado donde está enclavado el edificio del parlamento catalán, una ingente multitud seguía mediante grandes pantallas lo que sucedía dentro.

La reacción del público tuvo tres fases: una primera de gran expectación, de gente anhelante que esperaba escuchar las palabras del presidente; una segunda fase de euforia total, de gritos de alegría que surgían de lo hondo del alma de aquel gentío emocionado; y una tercera fase de estupor, de desilusión y desencanto cuando el presidente Puigdemont, tras proclamar su decisión de ser el primer presidente de la República Catalana añadía que la misma quedaba en suspenso hasta nueva decisión.

Puigdemont explicó que la dilación tiene por objeto dar al gobierno español la oportunidad de sentarse a negociar. ¡Negociar! ¿Qué es lo que queremos negociar? ¿Qué es lo que se puede negociar con quienes nos niegan hasta el más elemental derecho a expresarnos mediante un simple voto? Esas y otras de semejante orden son las preguntas que se hace ese pueblo independentista que lleva cinco años escuchando las glorias que nos traerá una Cataluña libre. Cinco años escuchando que la independencia era posible, que no había que negociar nada sino simple y llanamente proclamarse independiente. ¿Cómo entender y aceptar ahora que no es así?

Desde 2012 acá, el proceso independentista catalán ha sido tema casi exclusivo en los medios de difusión controlados por el gobierno catalán. Se ha enfervorecido al pueblo de mil y una maneras. Se han activado métodos de propaganda de alto rango, llevados a cabo por especialistas de primer orden. Y lo que es más grave, se han hecho afirmaciones que finalmente se ve que no responden a la realidad, tales como que había un alto consenso internacional a favor de la independencia de Cataluña.

Como todo colectivo humano necesitado de Fe, gran parte del pueblo catalán ha creído fervorosamente todo lo que se le ha dicho en relación con el futuro de esa Catalunya independiente soñada. Lo ha creído, lo ha interiorizado y ha puesto el cuerpo para defenderlo.

A tenor del fervor despertado, las redes sociales han estado polarizadas en extremo. No ha habido posibilidad de diálogo alguno entre quienes querían proclamar la independencia y quienes ofrecían objeciones. El independentismo se ha comportado durante ese tiempo como cualquier identidad fanática, sin aceptar dudas ni críticas. Finalmente la realidad muestra lo que hasta el presente se había estado ocultado: que la independencia soñada no es posible.

La independencia no es posible por varias razones y muchas sinrazones. La primera y mayor sinrazón es que quienes tienen el poder en España y en la Unión Europea (UE) no lo van a consentir. Otra sinrazón, aunque de menor orden, es que hay en España un alto grado de españolismo. Todavía pervive en muchos corazones el espíritu golpista de 1936. Son resabios de la dictadura fascista que con el beneplácito de buenas gentes que nunca se metieron en política oprimió al pueblo español. Esas buenas gentes son las que hoy dan soporte al sistema imperante.

Tras las sinrazones empiezan a aparecer las razones. Las hay de orden económico, las cuales habría que ver hasta qué punto son razonables. Y las hay de orden identitario, las cuales en opinión de quien esto escribe son a todas luces razonables. Dada la diversidad de origen de la actual población de Cataluña, más de la mitad de ella tiene raíces españolas, no catalanas, y mantiene vínculos familiares y de amistad con su tierra de origen, lo cual merece mucho respeto.

A nadie se le oculta que la relación entre el Estado y Cataluña es inadmisible. El pueblo catalán viene siendo maltratado por los gobiernos españoles desde muy remotos tiempos, pero de un modo especial desde que se instauró en España la dictadura del golpista Franco. Nada que ver con lo que padecieron el resto de los pueblos de España. La falta de respeto por los más elementales derechos de las personas ha sido notoria en Cataluña. Gran parte del pueblo catalán se ha sentido lastimada. No es gratuito pues el deseo de no seguir estando bajo el dominio de ese Estado maltratador gobernado por continuadores del régimen fascista.

Hay que acabar con los maltratos. Hay que acabar con esa relación ignominiosa. Y si por parte del Estado maltratador no hay voluntad de cambio, el pueblo catalán se tiene que alzar. La rebelión catalana no es un capricho sino una necesidad vital.

Pero la presente indignación de la población catalana ante la declaración de su presidente está más que justificada. A nadie le gusta que le engañen. A nadie le gusta que manipulen sus sentimientos. A nadie le gusta que sin ninguna explicación previa se haga lo contrario de lo que se le había prometido. Lo que ha hecho Puigdemont puede ser un loable gesto de prudencia, pero el modo como lo ha hecho, con total desprecio del pueblo que le ha dado soporte es inaceptable.

Mucho tienen que aprender los políticos catalanes para merecer el respeto del pueblo que gobiernan. Mucho tendrán que aprender también los españoles si no quieren que el conflicto catalán se eternice, que camino lleva de hacerlo. Pero acá, de los políticos españoles nada se esperaba ni se espera. En tanto que sí se confiaba en los que hasta el presente han liderado este pueblo que alza la voz y pone el cuerpo para reclamar un trato digno.

No sabemos cómo terminará el presente round entre el gobierno de España y los políticos catalanes. Ambos contendientes se han dado un tiempo de prórroga, un alargue, como se dice en términos futbolísticos en algunas partes del mundo. Pero sea como sea, no va a terminar como el pueblo independentista esperaba. Es obvio que no habrá independencia.

Nos duele en el alma pensar que el pueblo catalán pueda tener motivos para dejar de confiar en quienes hasta ahora han sido sus líderes. El riesgo existe, porque la fidelidad es sagrada cuando de sentimientos se trata. Y el incumplimiento de lo pactado, sin previo aviso, aun cuando haya para ello razones y causas, a nadie agrada. Pero de humanos es errar y de sabios enmendar. Ojalá que no haya demora en la enmienda. /PC

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