miércoles, 20 de abril de 2005

Las cosas, claras

Que nadie se llame a engaño. Esa y no otra es la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana.


En el breve espacio de tiempo que ha mediado entre la muerte de Wojtyla y la elección de Ratzinger, han sido muchos los comentarios especulativos en torno a la posibilidad de que el nuevo Papa pudiese ser una persona de un «talante» algo menos católico y más cristiano. No obstante se veía ya muy claro que eso no iba a ser así, ya que a lo largo de todo su reinado se había asegurado el difunto que la línea sucesoria no sufriese el más mínimo quebranto. Y así ha sido. Y ahí está ya Ratzinger, el «Gran inquisidor» ascendido a Papa.

No son pocas las almas atribuladas por este desenlace electoral más que cantado y en el que según parece ha influido muy poco el «Espíritu Santo», a menos que harto ya de tanta falsedad haya decidido abandonar a los católicos a su suerte para ver si de una vez por todas ya despiertan de su mental letargo. Aunque lo más probable sea que ni aun así, porque según se ha visto a lo largo del wojtyliano papado, a esas pobres gentes que esperan con anhelo que el olmo les de peras no las despierta ni un diluvio de agua helada, que otra cosa no ha sido la regencia de Wojtyla después del segundo Concilio Vaticano. Así pues, a tragar y seguir obedeciendo, que esa es la religión en que han sido educados. Pocos habrá que ante tanta impudicia decidan buscar un camino por su cuenta y salirse del rebaño.

Pero lo que bien mirado causa pasmo es que cuando la historia de la Iglesia está a disposición de todo el mundo de modo que cualquiera que lo desee puede saber lo discutible, por no decir increíble, que es la legitimidad de los poderes y atributos del Papa, haya todavía almas de cántaro que crean que la Luz del Espíritu Santo ilumina al mitrado para que sus palabras valgan más que las de cualquier otro ser humano. Porque contra toda lógica, los católicos, entre queja y queja, aceptan la doctrina de Roma que les transmiten los obispos, y siguen realizando, como desde hace siglos, los mismos ritos sin mostrar siquiera el menor signo de iniciativa propia ni el menor atisbo de rebeldía ni desacato. ¿Cómo es posible, me pregunto yo, que en los tiempos que estamos la población católica en peso acepte mansamente dogmas absurdos, imposiciones contrarias al sentido común, y creencias de hace dos mil años mediante las cuales esas jerarquías supuestamente iluminadas secuestran el pensamiento de sus fieles? ¿Qué más puede hacer falta para que la gente que todavía va a misa entienda de una vez por todas que esa religión que desde Roma le ofrecen no es ni de lejos la que según los Evangelios promovió Jesús de Nazaret, y que no sirve para hacer hombres y mujeres libres y pensantes, mayores de edad, responsables de sus actos, conscientes del papel que el Creador nos ha asignado a todos los humanos sin excepción alguna para alcanzar la Utopía de una Humanidad fraterna y en paz acá en la Tierra?

Quienes no profesamos ninguna religión, (ni católica ni de ninguna otra clase, porque ya descubrimos hace tiempo que «en todas partes cuecen habas»), lamentamos esta trágica situación por la que atraviesan los católicos pensantes, nos unimos a su dolor, y nos preguntamos: ¿Hasta cuando los jerarcas de la Iglesia seguirán sin darse cuenta de que por el camino que andan no van a ninguna parte? ¿Cuándo llegarán a ver claro que más tarde o más temprano se les acabarán los beneficios de que ahora gozan porque ya nadie con sentido común y un mínimo de honestidad en el alma podrá estar a su lado? ¿Cuando entenderán que la Humanidad necesita Dios y ayuda para salir adelante, ya sea ese Dios el de los cristianos, el de los musulmanes o el de cualquier persona honesta y con buena voluntad tenga las creencias que tenga, pero no instituciones intrigantes, inquisitoriales, autoritarias y dogmáticas? Y dado que, pensemos como pensemos, pertenecemos culturalmente al mundo cristiano, nos gustaría ver que esa religión que en nuestra niñez y adolescencia creímos era camino de verdad, de honestidad, de convivencia, de amor, de libertad y de salvación lo es en realidad para todo ser humano, próximo y extraño, ricos y pobres, blancos y negros, moros y cristianos. A buen seguro que eso no serviría para seguir cebando eclesiásticos poltrones y acomodados, siempre atentos a su propio bienestar y dispuestos a la intriga o a la connivencia con el poder terrenal que más convenga, pero sí para acercarnos a ese ideal humano que a buen seguro soñó Jesús de Nazaret y que han soñado también quienes como él han puesto en lo más hondo de su propia vida ese mismo ideario.


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kaosenlared.net  20-4-2005 a las 20:34 | 478 lecturas | 4 comentarios
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