sábado, 18 de diciembre de 2004

Falacias navideñas

Es evidente que quienes nos manejan a su antojo y amos del mundo nos conducen por donde ellos quieren nos tienen agarrados por el alma. ¿Cómo, si no, iban a conseguir que seres racionales adoptasen conductas tan absurdas, tan autodestructivas y tan necias como las que seguimos quienes formamos este mundo de hoy que tenemos por modélico?


Gran verdad aquella frase evangélica que dice: «no temáis a los que matan al cuerpo, antes temed a quienes matan el alma». No en vano el mundo capitalista se construyó en el seno de la cristiandad. Quienes han tejido la red que les permite tener sujeto el mundo para manejarlo a su antojo conocían muy bien la profunda verdad que encierra esta sencilla frase, y han utilizado como fibras textiles todas las debilidades del alma humana.

Y puestos a hacer frases y recordando aquello de «quien mal anda, mal acaba» cabe pensar que no hay error mayor que el de perseguir la superación humana por el camino de la materialidad más absoluta, ahondando en la codicia y en la despiadada competencia. Tanto es así que superada ya en nuestra sociedad la fase decisiva de la subsistencia, no ha sido el espíritu lo que ha alcanzado su esplendor por encima de la materialidad en la gran masa humana que constituye el pueblo, sino al contrario. Un afán de poseer constantemente exacerbado por la mentalidad capitalista ha embrutecido a la mayoría de la población hasta aniquilar su alma, esa dimensión humana que nos capacita para convivir con nuestros semejantes y con nuestro entorno.

¿A donde vamos con la cabeza llena de saberes pero sin conciencia en las entrañas? ¿Que fin, más próximo que lejano, pensamos que vamos a alcanzar? ¿Cómo podemos ser capaces de decir ¡basta! a la brutalidad que conlleva nuestra forma de vida si no ponemos el espíritu en el centro de nuestro pensamiento y de nuestro corazón?

Y que nadie se confunda, que no abogo por ninguna religión mítica, institucional, autoritaria, jerárquica, materialista y deshumanizada de esas que maquinan y movilizan gentes para doblegar gobiernos estatales en beneficio propio y con exclusión del otro sea quien sea, mostrando de ese modo un gran desprecio por la doctrina que dicen predicar. Abogo por una espiritualidad laica para la convivencia, sin más creencias que las que nos llevan a confiar en la facultad de la naturaleza humana para encontrar los propios caminos hacia la bondad, la paz y la  salvación. Y claro está que no me refiero a una salvación en otra vida, en el después y más allá, como predican la mayoría de esas religiones, sino en esta vida del más acá y de ahora, como anhela todo corazón humano.

Revuelto anda en los tiempos que corremos el panorama político entre complacencias de toda clase a las minorías formadas por quienes sólo persiguen su propio bienestar con desprecio de la mayor parte de sus congéneres. ¿Cómo puede ser que sigamos al igual que borregos camino del matadero a quienes así proceden? ¿Cómo explicarlo sin tener en cuenta que para dejarnos conducir de ese modo sin ser absolutamente idiotas es preciso que tengamos hasta el extremo la mente obnubilada, o lo que es lo mismo, el alma dormida si no muerta?

¿Y cómo puede ser que eso ocurra, que perdamos el alma, sin siquiera de ello percatarnos? No extrañaremos tanto que así sea si observamos que la naturaleza, sabia diseñadora, ha puesto en los humanos el corazón y la cabeza por encima del vientre, y no parece muy prudente contradecir al sabio y dándonos la vuelta andar patas arriba poniendo en lo más alto lo que de su natural debiera estar abajo. No obstante, eso es lo que hacemos. Tiempo de Navidad, de amor, de paz y de ternura humanas convertido de la noche a la mañana, por obra y gracia de un progreso al servicio de mentes codiciosas, en tiempo de regalos materiales, de amigos invisibles  -y aun más invisibles enemigos-  en cenas falsamente fraternales entre supuestos compañeros de trabajo, con el puñal oculto y siempre bien dispuesto para sacar de en medio a quien convenga para trepar más alto.

Navidad, breve tiempo de angelicales villancicos cantados por voces inocentes acompañadas con dulces sones de campanas que despiertan pasajeras nostalgias por una paz del alma ya perdida en los lejanos años de la infancia, pero que ahora nos afanan en la compra de obligados regalos navideños con los que pretendemos ganar la estima de nuestros obsequiados.

¡Gloria a ti, Jesús de Nazaret en esta universal celebración de tu nacimiento! Quienes te invocan y recuerdan como el gran perdedor de este orbe que se llama cristiano te alaban y a un tiempo te traicionan, tal vez temiendo que recorriendo tu camino iban a encontrar tu misma suerte. Hoy, en lo más hondo de su corazón, esta maldita civilización cristiana envilecida por el materialismo más feroz adora al asesino y a su causa, al tiempo que desprecia profundamente al pobre asesinado.

kaosenlared.net   18.12.2004

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