lunes, 21 de septiembre de 2015

Carta a un amigo independentista

Los seres humanos somos diversos, pero aun así podemos colaborar.


Querido amigo,

Me dices que llevas setenta años siendo independentista. Bueno yo lo soy desde no hace tanto, pues solo tengo ochenta. Nací en febrero del treinta y cinco, en tiempos de la República, cinco meses antes del alzamiento militar de la España fascista. He mantenido vivos a lo largo de mi vida recuerdos de la guerra, los bombardeos (uno de ellos mató a mi abuelo)… El de cuando con cuatro años conocí a mi padre. Todavía me acuerdo de cómo iba vestido mientras me tenía alzado en su brazo izquierdo y abrazaba a mi madre con el derecho. Y aún me parece estar oyéndola llorar y mientras me decía "es tu padre, hijo; es tu padre".

Recuerdo la posguerra, los años cuarenta, las colas con mi madre que teníamos que hacer casi a diario para conseguir la comida. Recuerdo haber visto un guardia civil empujando a golpes con el fusil las mujeres que hacían una de esas colas para se pusiesen en fila.

En casa no éramos independentistas sino catalanes de clase trabajadora. Mi madre, nacida en Aragón, junto a la zona limítrofe denominada La Franja, vino a Barcelona con 16 años y lo primero que hizo fue aprender a hablar catalán. Se conocieron con mi padre hablando catalán y así siguieron siempre, a pesar de que mi padre dominaba muy bien el castellano porque se crió en la República Argentina y allí cursó sus estudios básicos (él no omitió nunca la palabra República cuando nombraba ese gran país). Mi lengua materna es, pues, el catalán y nunca he perdonado al Estado español que me impidiese aprenderlo en la escuela.

El catalanismo no fue nunca tema de conversación en casa. Sí lo eran los recuerdos de la guerra, tanto del frente como de la retaguardia, los tiempos de la república, las huelgas, los sindicalistas, los pistoleros de la patronal, los hechos de mayo de 1937 en Barcelona. Cuando ya en los años setenta leí "Homenaje a Cataluña" de Orwell y "Els fets de maig" (Los hechos de mayo) de Manel Cruells, yo sabía ya lo que ellos explican por haberlo oído repetidas veces en casa. Y me quedé gratamente sorprendido al ver cómo coincidía lo que contaban con lo que en mi casa se explicó.

Fue a partir de los hechos vividos tanto por mí personalmente como por mi familia que tomé conciencia de la injusticia que padecía el pueblo catalán del que yo era parte. No fueron los libros ni los juegos florales ni la cultura catalana burguesa, que yo no conocía, lo que a mí me motivó desde muy joven sino un sentimiento hondo de estar sufriendo injusticia, tanto por parte del Estado español como de la burguesía catalana que año tras año venía explotando la clase trabajadora, de la cual yo era parte, valiéndose de las leyes españolas y de la fuerza coactiva que las imponía.

Para mí la independencia de Cataluña no es un fin sino un hito en el camino hacia un mundo más justo que el actual. No es un privilegio étnico sino un hecho de justicia, igual como lo era para los libertarios que a pesar de luchar al lado de la República querían la independencia de Cataluña porque no aceptaban que ningún pueblo sometiese a otro pueblo. Por esa razón tanto me da quien la defienda, si un catalán de pura cepa como era mi padre o un forastero que ha elegido Cataluña para vivir, como era mi madre. Lo único que no acepto es que en nombre de esa independencia se dé la espalda a las necesidades de la mayor parte de la población catalana, que, sea cual sea su origen, es el pueblo catalán de hoy día.

No distingo entre blancos y negros, moros y cristianos, catalanes y castellanos, según expuse en un escrito que publiqué con este título. Distingo, eso sí, entre quiénes están por los privilegios y quiénes por la justicia. Y justicia es restituir lo que se ha tomado con violencia, como España tomó Cataluña. El tiempo no hace buenas las acciones malas, por más que desvanezca el recuerdo y dificulte la reivindicación de los derechos arrebatados. Ni tres siglos ni mil son suficientes para hacer que prescriba un agravio. El pueblo catalán merece un respeto y todo el mundo que acá venga debe tenerlo presente si no quiere convertirse en invasor.

Este respeto que yo reclamo lo aprendí desde niño de mi madre y de mi padre. Ella con su comportamiento al venir de joven en Cataluña. Él con el amor que expresaba al hablar de la República Argentina que acogió a su familia. Y ese es el comportamiento que a mí me gustaría hallar en quiénes viven ahora en este mi país que es Cataluña.

Por todo esto que te cuento, amigo mío, ya verás que tú y yo no coincidimos plenamente en lo tocante al independentismo. Pero confío en que podamos estar de acuerdo en lo que para mí es esencial, que es la reivindicación de lo justo. Si así es, seguiré sintiendo que entre tú y yo hay suficiente afinidad como para poder seguir colaborando en pos de un mundo más humano. 

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