viernes, 29 de noviembre de 2013

¡Que no son reinos ni condados sino pueblos!

Entérense quienes con discursos de rancia tradición histórica se afianzan en el inmovilismo y buscan mil excusas para desoír la voz de un pueblo que no se resigna a ser ninguneado. 


Cuando allá en mis años mozos un amigo universitario me prestó un libro de historia universal del cual era autor el muy acreditado historiador Jaume Vicenç Vives, quedé atónito ante la cantidad de acontecimientos que relataba. Todo él era un amasijo de reyes, dinastías, sucesiones, batallas, tratados... Pero ni una sola palabra de los pueblos que llevaron a cabo los hechos enunciados. Nada decía de las tropas, de los pueblos en los que fueron reclutados, de las condiciones en que vivían, de la sangre que se derramó en esas batallas, de los sufrimientos que causaron esas guerras. Nada o a lo sumo algún dato tal como los miles de hombres que formaban algunas huestes. Daba la impresión de que las guerras eran algo así como partidas de ajedrez, juegos de mesa de reyes y señores que se libraban sin que nadie derramase sangre ni padeciese daño alguno.

Ese ninguneo de las clases humildes que padecieron esas guerras, de los hombres que se vieron forzados sufrir y verter su sangre en las batallas referidas me indignó profundamente. Me indignó porque yo sabía bien lo que es una guerra, con hombres separados de sus familias, obligados a ir al frente a matar o morir... Lo que es sufrir día tras días los bombardeos de una aviación asesina que descarga sus bombas sobre población inocente... La muerte de seres queridos que esos bombardeos producían... Los sacrificios que comportaba la provisión de alimentos en las ciudades... Sabía bien todo eso por haberlo vivido en mi primera infancia junto a mi madre en la Barcelona asediada por las tropas fascistas. Yo sabía todo eso y me parecía imposible que cualquier otra guerra anterior a la que yo padecí hubiese podido ser de otro modo. Pero el ilustre profesor ni lo mencionaba en su aplaudido libro.

A partir de entonces dejó de interesarme la historia, una historia que se ocupaba de los poderosos que hubo en el mundo, de los opresores, pero que ignoraba a los oprimidos talmente como si de ganado se tratase, reses de las cuales eran propietarios aquellos cuyos nombres figuran en los libros. Dejó de interesarme esa materia y no volví a ocuparme de ella hasta que años más tarde encontré los primeros escritos en los que se daba lugar al pueblo.

Han pasado los siglos y se supone que la humanidad ha evolucionado. Pero las crónicas de cuanto acontece en el mundo siguen registrando guerras, batallas invasiones... Los poderosos siguen disponiendo del destino de los pueblos, la vida de las gentes humildes nada vale para quienes gobiernan y solamente los intereses de las clases acomodadas guían su actuar. El destino de los humildes sigue estando en manos de gobernantes criminales, de quienes legalizan la opresión y el despojo, al igual como lo ha estado a lo largo de la historia. Apenas nada ha cambiado en la ética de los poderosos y de quienes como ellos piensan y sienten. La injusticia sigue imperando en el mundo y quienes de ella se benefician hacen cuanto está a su alcance para perpetuarla.

Me siento viviendo en un mundo manejado por bestias ignorantes de cuanto de humano se ha construido a lo largo de los siglos acerca de la convivencia. Siento que hoy como ayer los únicos que cuentan en el mundo son quienes de forma merecida o no gobiernan los estados, esas instituciones de poder que en la actualidad no dan muestras de tener otra función que la de someter al pueblo. Y al igual que en aquellos años mozos en que me sentí parte del pueblo sufriente e ignorado por aquel acreditado historiador, hoy me siento parte de este pueblo mío que viene sufriendo el ninguneo de los gobiernos que en su día se lo apropiaron y hoy lo tienen sometido argumentando razones de estado.

Leyes hechas y amañadas por los ricos, por los poderosos, por los intolerantes que nos precedieron son todavía actuales. Baluarte de la injusticia sirven de refugio para quienes no tienen conciencia de lo que es el respeto, la igualdad, la solidaridad; para quienes siguen pensando y sintiendo como los reyes y los señores de los viejos tiempos. El Estado por encima del pueblo. El pueblo al servicio del Estado.

Pero los pueblos son cada día más conscientes de su propia existencia y están cada día más en pie de lucha. El alma humana es compleja y no solo la codicia tiene cabida en ella sino también el sentido de lo justo. Hoy como ayer los pueblos se rebelan contra los gobernantes que de ellos abusan y poniendo la dignidad en primer plano reivindican sus derechos, ya sean recientes o ancestrales. La voz de los sin voz se alza de nuevo por doquier contra quienes durante largo tiempo los han silenciado. Pueblos originarios, naciones sin estado claman hoy ante el mundo entero denunciando la injusticia que padecen.

La lucha es desigual, pero siempre lo fue y no siempre vencieron los malvados. Es tarea común, de todo el pueblo, hacer que despierte nuestra propia conciencia. Tan solo con una persistente labor de resistencia, de denuncia de los daños y acogida de las gentes dañadas podremos poner fin a la loca injusticia que nos gobierna.

Que nadie se quede al margen. Unámonos a la denuncia y a la protesta en la medida que podamos. En nuestras manos está hacer que nada nos detenga. /PC

http://www.kaosenlared.net/secciones/s2/opinion/item/75012-%C2%A1que-no-son-coronas-ni-condados-sino-pueblos.html

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