sábado, 22 de mayo de 2004

No más opio para el pueblo, pero no tan sólo pan.

Donde antes hubo los curas, ahora está el televisor. Vamos de mal en peor. 


Siempre oí decir que la racionalidad es la característica específica del ser humano, pero si atendemos a lo que expresa la lengua, veremos que no es la inteligencia lo que confiere la condición de humano sino la sensibilidad ante el sufrimiento ajeno. Es humano quien exterioriza buenos sentimientos a través de su conducta, y es inhumano aquel cuyas acciones demuestran crueldad hacia sus semejantes, insensibilidad ante la desgracia del prójimo, incomprensión de su dolor e indiferencia ante las causas que lo producen... Humano o inhumano, así de fácil y aun si se quiere así de simple. Y además, sea cual sea el discurso que acompañe a las muestras de inhumanidad. «Por sus hechos los conoceréis».  

A pesar de que los buenos sentimientos son como las flores, que se dan sin más en estado silvestre, desde siempre su cultivo ha sido objeto de la educación, lo que equivale a pasarlos por el tamiz de la cultura dentro de la cual crecen. Un filtrado que puede ser muy peligroso y que podría llegar a ser irremediablemente trágico si no fuese por ese maravilloso impulso creador permanente que es la Vida.  

A pesar de que el ser humano es un todo bien global e indivisible de cuerpo y mente, es común a todas las culturas considerar la persona en cuatro dimensiones: física, intelectual, emocional y espiritual. De este modo, el saber humano puede aplicarse con mayor eficacia a cada una de ellas, para bien del total de la persona. Es sobradamente conocido cómo en nuestro actual mundo occidental atendemos la dimensión física en cuanto a salud y belleza corporal se refiere; la intelectual en cuanto a la adquisición de conocimientos, especialmente los considerados útiles, entre los que figuran en primer lugar los profesionales; la emocional en la medida que es necesaria para la convivencia, pero también por su utilidad comercial y política; pero lo que ya no está tan claro hoy día es qué se entiende por dimensión espiritual y aun menos cómo se la atiende. O sea que, para evitar problemas, no se la atiende.  

Desde muy antiguo y en diversas culturas la dimensión espiritual ha sido monopolizada por la religión con lo cual las instituciones religiosas han jugado un papel importantísimo en la configuración del pensamiento colectivo. Lamentablemente, porque como es bien sabido, no tan sólo la luz de ese maravilloso proceso mental que da lugar a la mística y a la religiosidad arraigó en el alma del pueblo sino también las tinieblas que oscurecían el alma de los líderes religiosos. Y cuando tras larga pugna la razón se enfrentó abiertamente a las tinieblas, tampoco llegó la luz, porque persistió el poder y con él la perversión que anida en el alma humana. De manera que a la larga, los distintos resplandores que fueron apareciendo, más que iluminar, quemaron.   

Y aquí estamos. Activos, sanos, guapos e instruidos, pero necios y engreídos; capaces, pero no libres; emocionalmente controlados, pero socialmente asépticos e indiferentes ante todo lo que no forme parte de nuestro entorno inmediato, y además, miopes de tanto mirarnos el ombligo. La dimensión trascendente de los individuos de nuestra propia especie, la de nuestras acciones y la del mundo que nos rodea no despierta el menor interés en este soberbio mundo en que vivimos. Todo cuanto no revierta en una utilidad material inmediata no merece ninguna consideración. Todo se valora según el mayor o menor provecho que nos pueda dar, incluidos los demás humanos, ya que desde una óptica utilitarista no pasan de ser simples objetos animados, capaces de producir, de consumir o de prestar toda clase de servicios.  

No puedo tener un buen concepto de quienes hasta hoy se han ocupado de la educación espiritual de occidente. A la vista de los resultados, no me parece que merezcan demasiados elogios. Es evidente que sus intereses prevalecieron vergonzosamente sobre sus responsabilidades, y lo evidencia el hecho de que la mayor parte de la población esté ya de vuelta de cuanto se le pueda decir. Claro que a ellos todavía les quedan adeptos. Faltaría más! Haberlos siempre los hay. Pero entre los de uno y otro bando nos lo pusieron muy difícil a quienes aspiramos a construir un mundo más humano, porque ahora no es fácil hablar de espíritu a la gente. Un amplio abanico de términos no se pueden usar sin evocar en la mente de quienes los oyen todo un universo de maldad y de mentira. Por eso, ante tal rechazo la educación se abstiene. Se abstiene y se aplica a las actividades de enseñanza-aprendizaje que mejor propician el triunfo social que la población tanto desea. Porque como dice con sorna y no poco acierto mi amigo Luis, filósofo y profesor de secundaria, hoy día los proyectos educativos los dicta la “tele”.   

Estamos en un cambio de era. Las religiones discursivas, basadas en creencias, tienden a desaparecer. Hay un cambio de valores de imprevisibles resultados. Como dice Eduardo Galeano «el mundo está patas arriba». La razón sigue en pañales, y aun mojados. Donde antes hubo los curas, ahora está el televisor. Vamos de mal en peor.  

No tengo la solución, pero sé que está delante, y no en la vuelta al pasado como pretenden algunos. Creo que es tarea urgente plantearse de forma honesta, veraz y eficiente, pero sobretodo acorde con la realidad social del presente, cómo atender desde la acción educativa la dimensión espiritual de la persona, esa peculiar configuración de la estructura mental que nos lleva a sentirnos parte integrante del universo y miembros de la gran familia humana. Y lo creo urgente porque de seguir así, el mundo que se avecina racional tal vez será, ¿pero humano...?

kaosenlared.net 22.05.2004     

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