sábado, 16 de junio de 2007

Ambigüedad


«No se puede servir a dos señores», al bien común y al beneficio propio.


Esta máxima de sentido común, que las sagradas escrituras cristianas atribuyen a Jesús, es tan elemental que no hace falta ninguna inspiración divina para entenderla. Y no obstante los altos dirigentes políticos y eclesiásticos parece que la ignoran. ¿Será que para lo que hace falta “Dios y ayuda” es para ponerla en práctica?

Vemos día tras día como hacen aguas por todas partes los partidos de la “izquierda” institucionalizada. Cada vez que han obtenido un número suficiente de votos para gobernar han decepcionado con su gestión a quienes les eligieron, tanto en política exterior, como en interior, como en lo laboral o en lo económico. Una buena parte de quienes les votaron, tras preguntarse una y otra vez por qué lo hicieron, acaba sacando en conclusión que votar no mereció la pena, y se quedan en casa a las siguientes, o como mucho se acercan a las urnas de mala gana, tan sólo para evitar que ganen “los peores”. ¡Triste panorama! ¡Mal augurio para la política de izquierdas!

Por contra, la derecha suele decepcionar menos al pueblo que la siegue. No es que sean más fieles a sus promesas, ni mucho menos, pues en su afán de atraer votos hacia su causa mienten como bellacos y engañan al personal con total desvergüenza. Pero la mayoría de quienes les votan comparten sus principios engañosos, egoístas y autoritarios, y son conscientes de ello. No así la izquierda, en la que tanto partidos como votantes hablan del bien común mientras albergan en lo más hondo de su corazón el profundo deseo de que ese bien tan pregonado sea por encima de todo el suyo propio, o que por lo menos no se lo merme en nada. Pura ambigüedad, sin duda alguna, en todo ese gran colectivo que forma la izquierda moderada.

Y es que la moderación, por más que siempre se haya tenido por virtud, no es sino defecto. Porque moderada es la persona que no apuesta por nada, que nada arriesga por temor a perder, que pretende medrar sin sacrificar nada, avanzar sin dejar libre su sitio, cambiar el mundo sin renunciar a nada... Ambigüedad, ni carne ni pescado, una vela a Dios y otra al diablo. Y esto, según mi parecer, más que una virtud es un defecto.

Claro que para todo tiene recursos el lenguaje, y así tanto políticos como clérigos han podido elaborar discursos plenamente convincentes que tranquilizan la conciencia de quienes los aceptan y permiten a quienes los elaboran gozar de las ventajas que ofrece formar parte de la clase dirigente. ¡Casi nada! Y es que muy posiblemente el primitivo instinto de supervivencia haya hecho que el arte de embaucar y de autoengañarse sea tan antiguo como el homo sapiens.

Visto a través de esta óptica, en el momento histórico que estamos viviendo observamos que tanto en lo político como en lo religioso la mayor parte de la población bienintencionada no hace sino eludir su conciencia: vota izquierda moderada para que nada cambie y práctica una religión cultista de alabanzas al cielo que a nada compromete acá en la tierra. Y así, con esta actitud ambigua, que sigue por temor a que alguien se mueva y se formen olas en esta ciénaga de estiércol en que estamos metidos hasta el cuello, mantiene en el candelero a quienes viven de la mediocridad espiritual y política de la gente, es decir, a los clérigos de la Santa Madre Iglesia y a los políticos de los grandes partidos de “izquierda”.

No va a cambiar el mundo de este modo. No vamos a alcanzar la utopía ni cristiana ni humana con tanta ambigüedad, con tantos malabarismos mentales ideológicos y espirituales. Ningún cambio va a haber para mejor mientras esta sentencia evangélica que meditamos no sea un imperativo categórico para la mayor parte de los seres humanos.

OTRO MUNDO ES POSIBLE, OTRA ESPIRITUALIDAD ES NECESARIA.

Pepcastelló      [16.6.2007]


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