lunes, 2 de abril de 2018

Crítica y alabanza del independentismo catalán


Cuando la ley es injusta, rebelarse es un deber.


La persecución estatal al independentismo catalán está en su punto álgido. Líderes encarcelados y otros en búsqueda y captura. Es evidente que el gobierno español está dispuesto a liquidar esa aspiración política por vía carcelaria. Los primeros encarcelados han sido Jordi Cuixart y Jordi Sánchez, presidentes de las organizaciones Omniun Cultural y Assemblea Nacional Catalana respectivamente, a quienes se acusa de organizar y dirigir manifestaciones violentas, una acusación falsa por cuanto que en ningún momento hubo tal violencia.

El gobierno español apela a la legalidad vigente. Pero desde una perspectiva de derechos humanos esa legalidad es cuestionable en grado sumo. Manifestarse públicamente debe ser un derecho en toda democracia, por lo cual organizar y dirigir manifestaciones no puede ser delito. Y desde la misma perspectiva, los delitos de sedición y rebelión que contempla el código penal español tampoco tienen razón de ser en un Estado democrático. La Ley a la cual apela la justicia española para encarcelar a líderes independentistas es injusta a todas luces. Luego si injustamente se persigue al independentismo catalán, ¿no es esa injusta persecución razón más que suficiente para que el pueblo catalán quiera librarse de la tiranía española?

Lo propio de las dictaduras no es tan solo que se hayan impuesto con violencia sino que con violencia permanecen y niegan derechos fundamentales. Eso tiene en común la actual democracia española con la dictadura que la precedió. Leyes injustas impuestas bajo la amenaza de las armas que sirven a gobernantes y jueces para imponer su voluntad a toda la población. Ninguna opción de disenso. Ningún resquicio a la protesta. El aparato represor del Estado blinda el inmovilismo legislativo y garantiza la sumisión de la ciudadanía.

Casi cuatro décadas de un régimen de terror, tras un genocidio que acabó con miles y miles de personas asesinadas, de las cuales más de ciento veinte mil permanece aún hoy día en paradero desconocido, configuraron un pensamiento colectivo de docilidad extrema. Rojos e insumisos habían desaparecido para siempre del panorama político y social español. La brutal limpieza ideológica fue completada por la Iglesia nacional-católica que lavó las mentes de las nuevas generaciones  durante los años de la dictadura. A la muerte del dictador la sumisión estaba asegurada. Solo hizo falta un poco de maquillaje para darle forma de democracia a lo que seguía siendo la dictadura de los mismos poderes fácticos. Gatopardismo cien por cien. Apariencia de cambio sin que el poder real cambiase en absoluto de mano.

El individualismo implantado por el capitalismo mediante la competencia  profesional, más el consumismo como forma de vida aseguraron la paz social hasta que apareció la crisis. Pero aun en plena debacle económica, la inercia y la carencia de organizaciones políticas capaces de aunar el descontento para generar protestas mantuvo la calma hasta que en 2010 explotó la primavera árabe y, como un eco, aparecieron en el estado español en 2011 los indignados.

En Cataluña las protestas se centraron en las privatizaciones de servicios públicos y recortes presupuestarios que llevaba a cabo el gobierno autonómico presidido por Artur Mas. Hubo acampada de indignados en la Plaza de Cataluña y una gran manifestación cercó el parlamento catalán impidiendo el acceso al presidente al pleno parlamentario. Hubo represión policial y detenciones.

En ese momento el gobierno catalán de derechas necesitaba desviar el malestar del pueblo hacia un enemigo externo, para lo cual acusó al gobierno español de todos los males que justificaban las protestas y organizó una gran manifestación independentista que tuvo lugar en 2012 el 11 de setiembre, día de la Nación Catalana. Al presidente español Mariano Rajoy le fue como anillo al dedo ese movimiento separatista que amenazaba la unidad de España, de modo que a partir de ese momento el independentismo catalán se convirtió en tema casi único de la política española en los medios de comunicación españoles y catalanes.

El pueblo catalán se adhirió sin demasiada crítica a un movimiento que prometía librarlo de la tiranía del estado español. Un continuo de festejos cada once de setiembre, un gallardo flamear de banderas estrelladas en balcones y azoteas, una presencia casi permanente del independentismo en TV y prensa autonómicas catalanas, conferencias de prestigiosos personajes, mítines… Una esplendente movilización enardecía los ánimos de un pueblo que llevaba mucho tiempo sintiéndose humillado por el estado español. Lástima que en el origen de todo ese movimiento, más que un afán de justicia hubiese el espurio interés de un partido político, algo que los organizadores se cuidaron bien de ocultar y que la mayor parte del pueblo no supo ver.

A día de hoy el caos se está apoderando del independentismo catalán. Encarcelados los dirigentes y moderadores de las manifestaciones callejeras quedan estas sin líderes que las contengan. El riesgo de que la insensatez tome las riendas de las protestas populares es alto. Cortes de calles y de rutas, invasión de edificios oficiales, agresión a la policía… Nada más desfavorable al independentismo y más favorable a los represores. Si a la fuerza del Estado le añadimos el desacierto de quienes lo enfrentan, el desenlace resulta fácilmente previsible.

Pero lo perverso de las guerras consiste en que no es posible mantenerse neutral sin encontrarse entre dos fuegos. Hay que elegir enemigo, se quiera o no. Se está con el Estado represor o se está con el pueblo que reclama sus derechos aunque los reclame mal. No hay más. La violencia institucional genera indignación y lamentables respuestas violentas. Quienes administran el poder del Estado deben reflexionar y cambiar de actitud. De no hacerlo, la paz no llegará, porque son ellos quienes están llamando a la guerra. ¿Quién sino el Estado español lleva años desoyendo los reclamos del pueblo catalán? ¿Quién encarcela sin razón a los líderes independentistas?

A poco realistas que seamos vemos que esta revuelta catalana tiene muy pocas posibilidades de triunfar. Empezó con el engaño del partido de derechas catalán que mintió en cuanto a sus objetivos. Siguió con una estrategia errónea al no ofrecer nada que pudiese motivar a las capas más desfavorecidas de la población, las cuales son mayormente de origen español. Y se equivocó por completo al declarar unilateralmente la independencia. Pero sea cual sea el resultado final, la aventura independentista habrá servido para evidenciar el talante dictatorial del estado español y la intolerancia de quienes lo regentan. Y aun cuando el independentismo pierda esta guerra, puede muy bien ser que salga reforzado, porque ni las victorias ni las derrotas son definitivas. Solo la paz es duradera si se fundamenta en los principios de fraternidad, igualdad y libertad. /PC



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