domingo, 10 de septiembre de 2017

Carta abierta a Lidia Falcón a propósito de su escrito “La historia falseada”, publicado con fecha 18/06/2017 en el blog “Perroflautas del Mundo”. *


Señora Lidia Falcón,

Antes de hacer algunos comentarios a su escrito quiero manifestarle la admiración que desde hace años siento por su talento y bravura al escribir. Casi siempre comparto todo lo que usted dice, pero hoy disiento de su parecer en algunos puntos que me parecen importantes.

Estoy plenamente de acuerdo con usted en que la derecha catalana ha impulsado el movimiento independentista que latía en lo honde de una parte del pueblo catalán para ocultar el latrocinio que están cometiendo y así permanecer en el poder. Y pienso que eso le ha ido de maravilla a la derecha española. Los de acá por la independencia. Los de Madrid por la unidad de España. Ambos por el robo a mansalva y por distraer al pueblo. Pero no creo que el movimiento independentista pretenda “separar a los trabajadores y a las mujeres de los pueblos de España, enfrentándolos entre sí”, como usted señala. Que ese pueda ser uno de los riesgos de posicionarse, no se lo niego, pero no comparto que sea ese el objetivo.

Hace usted una muy interesante exposición histórica de la lucha obrera en tiempos de la II República, pero omite algunos detalles importantes. Es cierto que Durruti llamó a defender la República amenazada por el fascismo, pero no lo es menos que cuando lo hizo dijo que después de derrotar a los fascistas tendrían que luchar contra la República para defender los derechos de los pueblos que la constituían. Eso usted lo ha omitido. Como también ha omitido que aquella II República disolvió huelgas y manifestaciones a punta de bala. Quienes desde posiciones de izquierda la defendieron en tiempo de guerra estaban poniéndose al lado del menos malo. Algo que usted ahora no hace al posicionarse al lado de quienes niegan al pueblo catalán el derecho a manifestarse en referéndum.

Otra cosa que no comparto es su negación al derecho del pueblo catalán a ser independiente y gobernarse por sí mismo porque solo fue una parte de la Corona de Aragón. Lamento de veras que recurra usted ese argumento porque en eso coincide con un fascista vecino mío. Y no es que quiera compararles, pero sí señalar esa coincidencia que, a mi ver, viene de confundir los pueblos con las organizaciones político-administrativas que los gobiernan.

No son estados ni reinos ni condados sino pueblos lo que importa. Pueblos de gentes oprimidas por otras gentes que pactaban alianzas entre ellas para poder oprimir más y mejor al mayor número de desdichados posible. Esos desdichados son los pueblos. Pueblos con costumbres y lenguas que pocas veces fueron respetadas por quienes los gobernaban y explotaban.

Los pueblos son entes naturales, en tanto que los reinos y estados son organizaciones artificiales hechas a espaldas de los pueblos. En la línea que usted razona, tener una lengua propia y una cultura milenaria no parece que sea suficiente para considerarse nación y tener derecho a gobernarse según criterio propio. ¿Qué hacía falta pues, una corona otorgada por poderes superiores a los del pueblo?

Me parece evidente que hay tantas historias como historiadores y que cada cual lee la que más le acomoda. El 11 de setiembre catalán no es una excepción. Por esa razón me tiene sin cuidado lo que pueda haber sucedido en 1714. Lo que de veras me motiva es lo que he vivido desde que tengo memoria: la opresión de  un Estado español fascista. Ese Estado genocida, enemigo de los pueblos desde siempre, gobernado hoy por autoritarios descendientes de la dictadura me impidió aprender mi lengua materna en la escuela. Ese estado, amo y señor de todos sus ciudadanos, se llevó mi padre al frente cuando yo era un recién nacido y no me lo devolvió hasta tener cumplidos cuatro años. Esa España que hoy niega sus derechos al pueblo catalán está gobernada por los descendientes de quienes bombardearon mi ciudad y mataron a mi abuelo materno. Quienes se hicieron dueños absolutos del Estado español impusieron la religión católica en las escuelas y nos catequizaron desde la infancia según la sacrosanta doctrina de esa Santa Madre Iglesia cómplice de todos los crímenes que los golpistas cometieron. Ese Estado español, contra el cual usted dice que debemos unirnos todos los desposeídos para luchar, ha mantenido durante años a la clase obrera en la miseria y sigue ahora favoreciendo la desigualdad entre ricos y pobres para beneficio de los privilegiados... Eso y un montón de cosas más por el estilo es lo que yo he vivido en relación con el Estado español. En cuanto a la burguesía catalana, la mayor parte de ella se puso de parte de los vencedores y a su amparo siguió explotando a la clase obrera. No me extraña que Maria Aurelia Campmany odiase a esos burgueses y tildase de fascistas a los que renunciando a su lengua hablaban en castellano para congraciarse con los vencedores. Yo no les hubiese llamado fascistas sino desalmados, gentes sin conciencia ni principios, lo que a mi ver es peor que ser fascista.

No voy a analizar punto por punto su discurso, estimada señora, porque sería una tarea ardua y no serviría para nada. Usted se quedaría con su opinión y yo con la mía, que es lo que ocurre casi siempre en las discusiones. Pero no quiero concluir esta nota sin hacerle la siguiente observación.

Todos los seres humanos, sin excepción, somos fruto de lo que hemos vivido. Aun en nuestros anhelos personales más contradictorios esa ley es inexorable. No es fatalismo sino observación de la realidad. Eso que en lenguaje coloquial llamamos corazón dicta todo lo que elaboramos intelectualmente. Es a partir de ese principio como analizo yo mi pensamiento y el de quienes me rodean.

Usted se declara catalana hija de emigrantes. En parte yo también lo soy, pues mi madre era aragonesa. Llegó a Barcelona con diez y seis años y lo primero que hizo fue aprender catalán, pues era muy consciente de que llegaba a tierras catalanas, las de un pueblo que no era el suyo. Cuando años más tarde se conocieron con mi padre, ambos hablaban catalán y así siguieron. Por eso mi lengua familiar fue el catalán.

No ha sido esa la actitud de todas las gentes que vinieron a Cataluña desde el resto de España. No todas tuvieron ese elemental respeto por el pueblo que las acogía. Gran parte de ellas llegaron acá creyendo que tenían pleno derecho. No porque pensasen en un mundo sin fronteras sino porque de no saberse en tierras de España se hubiesen sentido gente extranjera. Un modo de pensar nada utópico sino muy conforme con la violencia que determina estados y fronteras.

La mayor parte de la gente que vino a instalarse a Catalunya no traía más objetivo que el de mejorar su forma de vida, algo muy primario pero muy humano. A nadie se le oculta que la mayor parte de las migraciones han sido motivadas siempre por razones similares. El hambre, la supervivencia, la ambición también, han sido los poderosos motores que han impulsado a las gentes a moverse más que a querer cambiar el mundo que habitaban. Pocos son los seres humanos que ponen la utopía en el primer plano de su vida. Eso explica, a mi ver, que ni la lucha de clases haya podido evitar caer en la codicia. Los sindicatos y los partidos de izquierdas están hoy día tan emponzoñados como la mayor parte de la sociedad, incluida la clase obrera. Quizá sea esa la razón por la que no logran arrastrar a la gente hacia la utopía, porque no la tienen en su horizonte.

Todo ser humano, señora Falcón ve el mundo desde la perspectiva que ha construido a lo largo de su vida. Los partidos de izquierda actuales no son ninguna excepción. Los independentistas catalanes, tampoco. Se lo dice alguien que no es independentista ni confía en ningún partido de los que participan del abanico parlamentario actual. Alguien que al igual que usted (si no me equivoco) desea la unión de todos los desposeídos del mundo contra el capitalismo opresor. Alguien que está contra toda opresión venga de donde venga. Alguien que se opone a quien sea que prohíba derechos tan elementales como el de manifestarse mediante referéndums o del modo que sea. Contra quien se sienta con derecho a decirle a un pueblo en qué lengua deben hablar sus hijos en la escuela. Ya viví eso en mi infancia y no quiero que lo vivan quienes me sucedan en este país del cual soy hijo. Gracias por su atención. /PC


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