domingo, 6 de julio de 2014

Cuando la verdad estalla, todos los mentirosos se suman al clamor


Me sublevan las actitudes hipócritas. Me subleva el oportunismo. Me subleva esa Iglesia que tan bien supo callar durante los años de represión y genocidio y tanto vocea ahora. Me subleva la doblez de ese Papa Francisco que con histriónica habilidad pone en escena dichos y gestos cuidadosamente pensados para cambiar la deplorable imagen que su Iglesia venía dando. Y me subleva la candidez de esa fiel grey que cual hinchada futbolera, sin mayor análisis de la realidad, le aplaude.

Me mueve a hacer la presente manifestación la declaración que el Secretariado Nacional del Grupo de Curas en la Opción por los Pobres emitió al conocerse el fallo en el juicio por el asesinato de monseñor Enrique Angelelli, ocurrido hace 38 años. Remarco uno de los fragmentos:

 “Queremos resaltar y nos alegramos por la actitud del Papa Francisco, al responder solícito al Obispo Marcelo Colombo que pidió conocer la verdad guardada durante años en el Vaticano. Abrir los archivos sirvió para probar que Angelelli estaba amenazado de muerte -algo que ya era sabido en Roma-; fue un gesto de honestidad que necesitaríamos ver más seguido”.

Es más que plausible que todo buen católico se alegre de que su Santa Madre Iglesia abandone la ignominiosa actitud que ha mantenido a lo largo de los años y que en tantas ocasiones puede haberle causado vergüenza. Pero a cualquiera que no asuma el papel de la más absoluta candidez se le ocurre pensar que 38 años de ocultación de un crimen no es sino complicidad con quienes lo cometieron.

Por más que el Obispo Marcelo Colombo y el Papa Francisco hayan hecho ahora lo que sin duda alguna debían hacer, no le salvan con ello la cara a la jerarquía eclesiástica, puesto que no han sido ellos quienes han empujado para que la justicia llegase hasta donde ahora llegó. Ha sido la sociedad civil quien ha clamado con insistencia mientras ellos callaban, mientras ocultaban unas pruebas que ahora son más que evidentes. No es pues como para aplaudirles sino para exigirles pública petición de perdón.

Está claro que la jerarquía católica inició una nueva línea estratégica desde la elección de Bergoglio como Papa. La imagen que esa Iglesia daba no la aceptaba ya una gran parte de su base. Los escándalos se sucedían. Las vergüenzas eran ya inocultables. Hacía falta un total descaro para ser católico y caminar con la cara alta, algo a lo cual no alcanzan más que la gente fanática y la clerecía adepta. Pero ese nuevo diseño de imagen gestual y verbal no logra ocultar el afán de poder que anida en lo hondo de esa jerarquía patriarcal, totalitaria y protagónica. Señalaremos algunos puntos.

En el caso de la mujer en la Iglesia ahí sigue rigiéndose por el viejo dicho: “la mujer, callada, la pata quebrada y en casa”, como bien muestra el contencioso con las religiosas norteamericanas.

“Toda división me preocupa”, afirma el Papa Francisco en el caso de Catalunya y Escocia en la relación con los respectivos estados de los cuales forman parte. Le preocupa la división, no lo que el pueblo considere justo.

“Los comunistas nos han robado la bandera de los pobres...”, que según él es cristiana. Y eso lo afirma después de que durante siglos la institución que él encabeza haya estado siempre al lado de los ricos explotadores. Inaceptable porque o le falta conocimiento de la historia, o le falta vergüenza. La bandera de los pobres nunca fue comunista ni cristiana sino que la enarbolaron quienes pelearon duro en favor de los más desfavorecidos. Que nadie se arrogue, pues, la propiedad de esa bandera humana como la que más, libre de ideologías y protagonismos.

Estas y más cosas son signos evidentes de lo que cabe esperar de la presente andadura de esa Iglesia Católica Romana que luce hoy un Papa aparentemente humilde que dice posicionarse al lado de quienes luchan por la justicia social.

El oportunismo de esa santa institución sigue tan activo como siempre. El pueblo, creyente o no creyente empuja y avanza. Quien no le sigue se queda atrás. Y con el actual modo de obrar de su jerarquía muestran claramente lo que todo el mundo sabe: que cuando la verdad estalla, todos los mentirosos se suman al clamor. /PC



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