sábado, 24 de mayo de 2014

Entre el inmovilismo y el populismo

El pueblo está harto de sufrir y de aguantar y busca alguien que lidere sus protestas. Es la hora de los oportunistas, de la barbarie fascista y de la irracional esperanza. También lo es la del trabajo constructivo desde abajo, pero ese no parece entusiasmar a la gente.


Ha llovido mucho ya desde aquel sorprendente 15M y nada ha cambiado para mejor sino al contrario. Todo ha empeorado. El país está entregado a los banqueros y la ruina se extiende como mancha de aceite, llenando de miseria a gran parte de la población. De nada valen las críticas sensatas y argumentadas ni las manifestaciones de organizaciones cívicas y profesionales, pues los gobernantes las tienen en cuenta tan solo para reprimirlas, pero no para atender sus demandas.

Tanto en España como en la UE es evidente que las organizaciones políticas tradicionales no están con el pueblo. Hace tiempo ya que la izquierda política dejó de ser izquierda para ser solamente política. El pueblo está harto del desprecio que le manifiestan quienes gobiernan y ante su evidente impotencia la rabia crece y ocupa el lugar que antes era propio del escepticismo. Es la hora de la barbarie y del oportunismo, pues un pueblo desesperado es presa fácil para los desaprensivos de dentro y de fuera.

Surgen nuevas agrupaciones de carácter social y político. El pueblo se moviliza y trata de organizarse. Pero el pensamiento dominante pesa mucho y no es fácil concebir de hoy para mañana una forma nueva de vivir. Las más de las movilizaciones son para recuperar lo perdido. Lo que más desea la mayor parte de la población es regresar a 2007. Entre la gente del pueblo casi nadie se percata de que en 2007 la suerte estaba ya echada pues los poderosos nos habían impuesto una forma de vida irracional y totalmente dependiente de los recursos por ellos controlados.

Pensar la sociedad desde otra perspectiva exige ver la vida de un modo diferente, algo muy difícil cuando se tiene la mente configurada por el poder dominante. El capitalismo ha impuesto una forma de vivir basada en el individualismo y la competencia más cruel e inhumana. Pensar la propia subsistencia en función de la colaboración con el entorno social está muy lejos del pensamiento de la mayor parte de la población. No hay más que ver la poca solidaridad que hay entre la clase obrera. En empresas que están echando gente a la calle para reducir la plantilla y abaratar costos hay quienes trabajan horas extras por temor a ser también expulsados. Se entiende porque subsistir es una necesidad vital, algo que humanamente hablando está más allá de cualquier imperativo categórico. Pero aun entendiéndose es lamentable, porque es el mayor indicativo de una dolorosa realidad: la insolidaridad de una buena parte del pueblo.

Que las instituciones políticas no representan al pueblo es indiscutible. Representan al poder económico y a sí mismas. El pueblo, que es la base sobre la que se asienta el poder, nada cuenta en ellas. El absurdo no puede ser mayor y no obstante la fortaleza de esas estructuras es prácticamente inexpugnable. Ante tanta evidencia de catástrofe insalvable, una buena parte de la población se niega a participar en las farsas electorales, pese a que la experiencia muestra claramente que la abstención siempre favorece a la derecha. Pero ¿qué hacer cuando ya se ha visto que todo el panorama político que se le ofrece al público a través de los medios es puro engaño?

Decepcionado por el hacer de los partidos políticos de la izquierda tradicional, el pueblo busca alguien que lidere sus protestas y que esté dispuesto a partir lanzas en defensa de lo que pide. Voces nuevas se alzan. Es la hora de la esperanza. Pero también es la hora del oportunismo, del engaño, de las promesas infundadas, del populismo... Es la hora de la lucha por el poder para quienes no lo alcanzaron todavía.

Ante las próximas elecciones al Parlamento Europeo cabe desconfiar hasta de la propia sombra, porque el ser humano es un prodigioso complejo de bondades y maldades. Pero aun desconfiando, hacer es inevitable, puesto que abstenerse también es hacer. Para muchas buenas gentes la duda está en lo alto: ¿votar... no votar... a quien votar...?

Lo viejo ya sabemos qué es. Lo nuevo siempre es un riesgo. Parece ser que llegó la hora de optar entre el fracaso conocido o la desconocida esperanza. La reflexión se impone. Hay que abrir bien los ojos, pensarlo bien y no obrar a la ligera.

Ojalá acertemos. Ojalá tengamos suerte. Pero sea como sea, tengamos ánimo, porque nadie nos va a redimir y la lucha promete ser larga. /PC

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