sábado, 29 de marzo de 2014

El imperio de la bestia

Seres monstruosos con el alma deformada por la codicia nos gobiernan. Carecen de empatía. Cualquier intento de hacerles razonar es inútil. No atienden sino a los imperativos de la violencia.


El pueblo clama y los violentos responden a su modo, como en los viejos tiempos de la dictadura fascista, pero con algo más de disimulo, buscando excusas, mintiendo, difamando. Gorilas encapuchados, agitadores violentos, se ocupan de echar por tierra la manifestación pacífica de un pueblo que está por la paz y la justicia. Son los de siempre, los que allá en los años 30 iban casa por casa pistola en mano asesinando rojos. Son los que abortaron el intento de establecer un régimen republicano que pretendía reconocerle al pueblo derechos que hasta entonces le habían sido negados.

Hoy día esa estirpe de violentos codiciosos detenta el poder en casi todo el mundo. Nunca dejó de tenerlo, pero hoy más que nunca estamos en una etapa de evolución humana en la que nos damos cuenta de la violencia y sentimos repugnancia ante ella. No toda la humanidad, por desgracia, pero sí un número suficiente para hacer que oiga nuestras voces un amplio sector de la población.

Atrás quedaron los tiempos en que ser opresor era un orgullo. Tiempos en los que pueblos enteros se jactaban de pertenecer a un imperio que sojuzgaba pueblos y destruía civilizaciones. La rapiña legalizada era tenida por legítima en aquellos tiempos. Pero afortunadamente hoy nos repugna. Hoy sentimos asco ante la codicia desmesurada de los lobby financieros y de quienes les representan políticamente. Sentimos asco ante la falta de escrúpulos de esos políticos revestidos de cinismo y desvergüenza. Y nos atrevemos a decir que toda rapiña es un crimen y que toda acción violenta debe ser rechazada, por más que vaya a favor de nuestros propios intereses.

Ya no hay ejércitos gloriosos que sojuzguen pueblos enteros en nombre de la patria. La patria no es patria cuando está preñada de ignominia. La patria indigna es vergüenza. Y eso es lo que nos hacen sentir ese hatajo de ladrones que gobierna en los países agresores, vergüenza. Vergüenza de pertenecer a esta civilización depredadora, genocida, criminal, asesina, que mata de hambre y miseria a más de media humanidad a fin de proteger a la minorías privilegiadas.

Esa violencia feroz de los codiciosos es lo que hoy día gobierna en la Unión Europea y en el Estado español. Gobierna mediante los partidos de derechas, pero gobierna también mediante los que dicen ser de izquierdas. Todos están de inmundicia hasta el cuello. Unos más que otros, pero ninguno se salva. Ninguno está francamente por la justicia. Todos atienden en primer lugar a la conveniencia. La conveniencia de partido, la conveniencia personal, el interés, el negocio. Esos son los principios que rigen su hacer. Son amorales. Ignoran los que es la dignidad humana, la decencia.

Somos parte de una civilización que se asienta en el crimen. Venimos de una estirpe que adora el becerro de oro y desprecia todo cuanto nos distingue como seres humanos. Pero hoy ese crimen que durante un tiempo nos ha favorecido cae sobre nosotros y hace que alcemos nuestras voces. Bendito crimen que nos sitúa de nuevo al lado del pueblo humilde, del pueblo que padece hambre y sed de justicia. Bendita “crisis”, bendito latrocinio que nos hace salir a la calle fraternalmente clamando justicia y exigiendo libertad para reclamar nuestros derechos.

El mal tan solo es mal cuando se padece. A casi nadie le preocupa mucho la injusticia cuando son otros quienes la sufren. Pero ahora llegó nuestra hora. La España de los violentos se alza de nuevo contra el pueblo. Nos roban los impuestos para dárselos a los banqueros. Nos quitan lo que hemos pagado con el fruto de nuestro trabajo. Nos niegan nuestros derechos básicos. Nos atacan, nos maltratan, pisotean nuestra dignidad, nos humillan... Nos llaman, en resumen, al enfrentamiento, a la lucha. ¿Quién, sino, con un mínimo de dignidad no interpreta ese comportamiento como un reto?

El peligro está en caer en su provocación. Ellos saben bien que la violencia se contagia tanto como la risa, de modo que meten en las manifestaciones a infiltrados y a fascistas sabiendo que muchos incautos van a sumarse al zafarrancho de combate. De ese modo pretenden justificar la violencia policial y las leyes represoras.

No hay que seguirles el juego. Hay que evitar los enfrentamientos violentos, pero no hay que dejar de luchar. Tenemos que seguir manifestándonos a fin de que el pueblo tome conciencia, de que el ejemplo cunda y cada día seamos más quienes nos incorporemos a la lucha. Una lucha que exige unión, solidaridad, acción conjunta.

Hay que lograr que nadie se quede encerrado en casa mirando la tele o que se distraiga de las mil y una maneras que la civilización capitalista ofrece. ¡Nadie! Porque es hora de unirse, de asociarse, de participar activamente, en plataformas cívicas, en asociaciones que estén por velar nuestros derechos y defenderlos. Esa es la lucha que nos llama. Ese es el único camino que nos llevará a la victoria. /PC

http://www.kaosenlared.net/secciones/s2/opinion/item/84209-el-imperio-de-la-bestia.html

miércoles, 26 de marzo de 2014

Violencia estatal en el 22N

La manifestación pacífica ciudadana se vio acosada por la violencia organizada del gobierno y tuvo que sufrir la provocación policial y la acción terrorista de grupos “incontrolados”. ¿Alguien duda de que quienes gobienana son  los sucesores de quienes se alzaron en armas contra la República?


Quienes gobiernan en el Estado español juegan muy sucio. Criminalizan las legítimas protestas de la ciudadanía, las reprimen con violencia, intentan ilegalizarlas con leyes mordaza y permiten organizaciones de carácter claramente fascista que en situaciones como la presente son idóneas para convertir actos ciudadanos completamente pacíficos en eventos violentos. Reprimir, apalear a la gente, desatar violencia de todo orden para asustar al pueblo y hacer que la gente desista… Ningún escrúpulo demuestra tener el gobierno en su empeño por mantener silenciado y sometido al pueblo.

Hay quejas en la policía. Varias voces sindicales piden destitución de mandos. Dicen que hubo descoordinación y que a fin de no causar mala imagen ante los observadores internacionales, les dieron órdenes expresas de no responder a los ataques violentos, lo cual supuso en muchos momentos un riesgo importante para su integridad física. Y añaden que las heridas sufridas por un considerable número de agentes son consecuencia de ese buen actuar policial.

Pero algo ahí no cuadra, porque testigos fiables aseguran que la policía inició cargas cuando nadie daba motivo para ello. Que disparó pelotas de goma contra la gente en una plaza llena de personas de todas las edades. Que hubo por parte de los antidisturbios actitudes francamente provocativas ante grupos de manifestantes jóvenes. ¿Qué pensar ante esa discrepancia informativa? ¿Es cierto lo que dicen esos representantes policiales, o es un ardid para dar mayor credibilidad a la versión del gobierno referente a la violencia de una buena parte de quienes se manifestaban?

De que el gobierno estaba interesado en provocar disturbios a nadie con un mínimo de información e imparcialidad le cabe duda. Retención de autocares durante el viaje, presencia policial desmesurada. Nada de eso hubo en las grandes manifestaciones del 11S catalán de 2012 y 2013 que reunieron un millón y medio de manifestantes cada una de ellas. ¿Por qué, pues, ahí sí?

Entre la policía misma hay quienes opinan que al gobierno se le puede ir de las manos el control de los grupos violentos y que ese descontrol puede hacer que haya victimas propiciatorias entre los mismos efectivos policiales. Que en su afán por generar violencia esos “descontrolados” se excedan en sus agresiones a la policía a fin de que esta reaccione con mayor violencia contra los manifestantes. Parece exagerado, pero el hecho de que esas no sean voces oficiales sino de agentes sin representación corporativa, lo hace bastante creíble.

¿Quiénes son, pues, esos violentos? ¿De dónde proceden? ¿Quién los maneja? ¿Con qué fin? Esas son preguntas difíciles de responder con datos, pero no carentes de indicios generadores de sospechas. Uno entre muchos es la detención hace pocos días de un conocido neonazi al que se le incautaron una pistola y un chaleco antibalas, pese a lo cual fue puesto prontamente en libertad. ¿Qué razones hay que justifiquen una tal conducta de las autoridades? ¿No será que personajes como ese le sirven al gobierno para desestabilizar manifestaciones pacíficas?

Todo es posible. No cabe descartar sospechas sino al contrario, mantenerlas vivas a fin de no caer en las trampas de las que nos alertan. Una de ellas es la de seguir el ejemplo de los “incontrolados” violentos y sumarse a ellos. La violencia se contagia y los jóvenes pueden caer fácilmente en ella. De ahí que esa sea una alerta a tener siempre muy presente, pese a que no siempre es fácil evitar encontrarse en medio de una refriega.

El gobierno está generando violencia porque sabe que ese es el campo donde puede ganar. Sabe que el pueblo evitará responder con violencia a la violencia del gobierno porque somos muy conscientes de que no llegaremos a parte alguna por medio de la violencia. Combatir la violencia del estado con la violencia del pueblo no es tan solo querer apagar el fuego con queroseno sino que es apostar claramente por la derrota, pues está claro que en ese campo ellos son los fuertes.

Luchadores veteranos señalan e insisten en que debemos valernos de la legalidad para combatir la ilegalidad de quienes gobiernan. Es difícil, pero no imposible. Tan solo hace falta para ello movilizar a la mayor parte de la población, lo cual significa haber logrado antes que toda esa gente tome conciencia del abuso a que se nos somete y de las posibilidades que tenemos de vencer si de verdad nos unimos.

Hacer pedagogía es la principal tarea de quienes sentimos ansia revolucionaria. Despertar la conciencia del pueblo. Hacer que la gente se interese de forma activa por lo que hacen quienes toman decisiones de gobierno. Hacer que se unan a plataformas ciudadanas. Ese es el único camino que nos puede llevar a la victoria, pues tan solo un pueblo concienciado y unido puede enfrentarse con éxito la tiranía. /PC

sábado, 22 de marzo de 2014

La larga sombra de la dictadura

Al otro lado del mar Atlántico tanto como en este rincón de Europa, las dictaduras tienen efectos devastadores que cual larga sombra de ciprés se prolongan en el tiempo y alcanzan aun a quienes no las vivieron.


El escrito de Magali Heredia que publica ECUPRES con fecha 17/3/2014, en el cual se refiere a la obra de teatro brasileña “Los hijos de la dictadura” es una seria invitación a reflexionar sobre los devastadores efectos sociales que tales formas de gobierno comportan. La universalidad de su contenido hace que sea lectura recomendada en el presente de la realidad política y social del Estado español. Veamos algunos fragmentos.

Las dictaduras acaban pero las consecuencias permanecen […] lo perfecta y exitosa que fue la dictadura en instaurar el miedo y edificar el consumismo […] “no soy libre pero soy feliz” ilustra esa resignación consentida del mundo capitalista […] una particularidad de la dictadura brasileña fue el decisivo respaldo que la sociedad civil le prestó, garantizando así su éxito en imponer la lógica del miedo y en consumar su aprendizaje […] el miedo permite la explotación de los trabajadores, que esta produce violencia, la que a su vez produce miedo. De esta manera el miedo se realimenta a través del tiempo. [1]

Nunca las dictaduras lograron destruir por completo el alma de los pueblos, pero sí anestesiarla durante largos períodos, de tal modo que para existir tenga que renacer de nuevo al cabo de los años. Tal es el letargo que hasta el día de hoy ha sumido al pueblo en esta piel de toro de históricas luchas en defensa de lo material tanto como de lo digno. El pueblo en lucha fue derrotado definitivamente en 1939 y hasta el presente llega la sombra de esa derrota.

Hablar hoy aquí de las luchas que sostuvieron nuestros abuelos y bisabuelos y de la miserable forma de vida que les empujó a librar esas batallas es como pedirle a la audiencia que imagine vivir sin electricidad, sin gas, sin agua corriente, sin trasporte… La mayor parte de la gente del pueblo que nos escuche no entenderá nada que pueda ir más allá del guión de un documental televisivo o cinematográfico.

Vivimos en una sociedad deshumanizada, sin sentido de lo colectivo. Nuestra forma de vivir es socialmente estéril. Cada día nuestro entorno deviene más irreal, más impalpable, más incoloro, inodoro e insípido. No confrontamos ya nuestro pensamiento con el de un ser humano vecino sino con la pantalla de una computadora, bien sea de mesa o de bolsillo. Nuestro prójimo no es tangible sino virtual. Es por eso que la lucha por lo humano cueste acá tanto de remontar.

La dictadura exterminó la rebeldía que anidaba en el alma del pueblo. Luego el capitalismo se encargó de mantener a ese pueblo disgregado, empeñado en un loco consumo y embobado con las continuas ofertas de novedades tecnológicas. Hoy casi nada tiene ya esencia de humanidad. El pensamiento se diluye en un continuo entretenimiento alimentado por el masivo bombardeo de imágenes y frases cortas que animan y estimulan los instintos y los sentimientos primarios. Pedirle al pueblo que desconecte de ese continuo fluir es tanto como pedirle que renuncie a lo que da sentido a su vida. Y la reflexión es imposible en esas condiciones de permanente enajenación mental.

Por fortuna, el mal no construye nada sino que destruye y esa destrucción cae con el tiempo, cual maldición bíblica, sobre la cabeza de quienes la llevaron a cabo y sobre la de sus hijos y nietos. La prolongación del castigo y el dolor que causa remueve las cenizas de la dignidad perdida y de ellas renace, cual Ave Fénix, la conciencia del pueblo.

La larga sombra de la dictadura llega hasta nuestros días. Pero la creciente ambición del espíritu que propició aquellos crímenes viene hoy a sacudirnos. Y estos pueblos inertes, que han permanecido aletargados durante años hoy empiezan de nuevo a echar brotes de dignidad y empeño. Logró la dictadura separar del pueblo el alma revolucionaria que lo movía, pero no consiguió herir de muerte al espíritu que la animaba, el cual resurge hoy “como la cigarra”, según dice esa bella canción de María Elena Walsh.

Tanta veces me mataron / tantas veces me morí / sin embargo estoy aquí / resucitando. / Gracias doy a la desgracia / y a la mano con puñal / porque me mató tan mal / y seguí cantando. / Cantando al sol como la cigarra / después de un año bajo la tierra / igual que sobreviviente / que vuelve de la guerra.

Es la hora de las generaciones que ahora suben y empujan. A quienes ya vivimos lo nuestro nos corresponde alentar su esfuerzo. A ellas llevar adelante su cometido. /PC


[1]  “A 50 años del golpe en Brasil, sus hijos buscan memoria”, Magalí Heredia  (ECUPRES 17/3/2014)
http://ecupres.wordpress.com/2014/03/17/a-50-anos-del-golpe-en-brasil-sus-hijos-buscan-memoria/

http://www.kaosenlared.net/secciones/s2/opinion/item/83681-la-larga-sombra-de-la-dictadura.html



domingo, 16 de marzo de 2014

En torno a la dignidad

Nunca las mayorías hicieron nada sin que unas minorías concientizadas las empujaran, pero lo grave del momento presente quizá sea el hecho de que, salvo honrosas excepciones, las mayorías no hacen nada ni aun empujándolas. ¿Será que perdieron por completo el sentido de la dignidad?


El conjunto de noticias relacionadas con las marchas de la dignidad que están arrancando de diversos puntos del territorio español para manifestarse en Madrid el próximo 22M me trae a la memoria la película de Juan José Campanela titulada “Luna de Avellaneda”, protagonizada por Ricardo Darín. Para quienes no la hayan visto va un resumen a pie de página.

Debo advertir que no entendí esta película hasta que en julio de 2010 tuve ocasión de visitar la fundación Pelota de Trapo, en Avellaneda, lo cual me permitió ver el deplorable estado en que quedó aquella población después que las políticas neoliberales deslocalizasen las fábricas que le daban vida. La imagen de aquella ruina y toda la información relacionada que he ido acumulando es quizá lo que ahora me la trae a la memoria.

En el debate sobre la conveniencia de vender el club a una empresa para construir allí un casino, el socio interesado en la venta argumentaba que se crearían puestos de trabajo que permitirían a todos vivir dignamente. Insiste a lo largo de su discurso en que se trata de vivir dignamente, de recuperar la dignidad que les fue quitada por la ruina económica que estaban padeciendo. A lo cual el protagonista le replica algo más o menos así: “Yo no sé ustedes, pero yo no tengo necesidad de recuperar mi dignidad porque nunca la perdí. Mi dignidad no depende de mis ingresos. Para sentirme digno me basta con merecer la estima de mi mujer mi hijo y mi hija y la de las personas que amo y que me aman”.

Ahí aparecen enfrentadas dos formas de entender la dignidad. Una está condicionada a la economía, a los ingresos, al nivel adquisitivo. La otra se asienta en la conducta personal. Para esta, digna es la persona que lleva adelante su vida conforme a sus principios, que afronta según ellos lo que le llega, sea cual sea su circunstancia. En el primer caso lo que prima es la economía y el nivel social, en tanto que en segundo lo que rige es la ética.

En la lucha del pueblo ante el brutal ataque neoliberal que estamos padeciendo vemos que tienen cabida ambas formas de entender la dignidad. Por una parte se está luchando por salvar lo que nos roban, tal como son los medios de vida y los servicios básicos. Por otra, se lucha contra el abuso que los políticos cometen sobre el pueblo. Es una sola lucha que abarca ambas motivaciones.

Más allá de lo económico pero sin excluirlo está lo moral, lo humano, la dignidad que pretenden pisotearnos. Somos pueblo, seres humanos. No somos bestias ni mercancía en manos de los administradores del poder capitalista. Nadie con sentido de la dignidad debe olvidar nuestra condición humana, nadie, ni el pueblo agredido ni los impúdicos agresores. De ahí que debamos recordárselo mediante firmes acciones disuasorias. Y de ahí también el justo nombre que reciben esas MARCHAS DE LA DIGNIDAD que tienen prevista su llegada a Madrid el próximo día 22.

Quienes gobiernan no atienden a razones. Se hicieron con el poder al instaurar unas normas de juego antidemocráticas y las defienden a capa y espada. La trampa constitucional es su baluarte. Nos impusieron una legalidad que les da ventaja y la defienden con todo el aparato estatal de que disponen. Es la opresión legalizada. Es la tiranía del estado capitalista sobre el pueblo. Es el enemigo que nos asedia día y noche. Es el enemigo que debemos derrotar si queremos seguir existiendo en tanto que seres humanos libres.

No seremos dignos de la estima de quienes nos sucedan si no luchamos por defender los derechos que el capitalismo nos roba día a día. Son nuestros derechos y son los de nuestros hijos. Nuestra generación se ha beneficiado de las luchas que sostuvieron las generaciones que nos precedieron. Hoy somos nosotros quienes estamos en el frente. No cabe sino comportarse con la dignidad que nos corresponde.

Nuestra lucha será posible si nos unimos en plataformas vecinales, sectoriales, o del orden que sea, pero que compartan los principios básicos de una vida digna. No lo será en la medida que nos inhibamos, que nos quedemos en casa esperando que otros den la batalla. Tarea nuestra es llamar a la puerta vecina, explicar lo que está ocurriendo, invitar a la gente a sumarse del modo que pueda a esta lucha que atañe a todo el pueblo. De no hacerlo así, nuestra derrota está cantada. /PC

http://www.filmaffinity.com/es/film629789.html
Luna de Avellaneda, un club de barrio que vivió en el pasado una época de esplendor, está atravesando una crisis que pone en peligro su existencia. Al parecer, la única salida posible es que se convierta en un Casino, pero esto se aparta de los ideales y de los fines para los que fue fundado en los años 40: un club social, deportivo y cultural. Los descendientes de los fundadores se debatirán entre la posibilidad de salvarse a cualquier precio o conservar el espíritu original del club.


 

sábado, 8 de marzo de 2014

Conciencia contra crimen de estado

“Dictadura perfecta es la que pasa desapercibida a quienes la padecen” (Aldoux Huxley)


Pero se les fue la mano a esos políticos que gobiernan falsas democracias y ahora ya todo el mundo sabe que son un hatajo de criminales, ladrones de guante blanco, cínicos embusteros, felones de la peor catadura que dio la especie humana. La desmesura de su ambición y la denuncia clara y continuada de los oprimidos los ha desenmascarado. No pueden ya seguir engañando a nadie, salvo a quien quiera seguir viviendo en el engaño.

No les queda ya sino reprimir. Policía antidisturbios y secreta, jueces sin conciencia ni el menor vestigio de lo que significa ética, parlamento farándula que aprueba leyes injustas y normas ciudadanas contrarias a los más elementales derechos nos traen a la memoria los ya lejanos tiempos de la dictadura fascista. ¡Quien lo hubiera dicho, ahora que ya todo el coro político cantaba democracia!

Corifeos hábiles, quienes ejercen la política con ánimo de lucro, tienen la falsedad como forma propia de lenguaje. Vierten raudales de mentiras en las fuentes do beben eso que llaman “los informativos”, esa sarta de embustes, de noticias amañadas que el pueblo recibe sistemática y persistentemente. Mentiras hábiles, bien estudiadas y con tanto sabor a miel que la gente se las traga a pleno gusto. Las traga, las digiere y las propaga neciamente como si de verdades se tratara.

La lucha del pueblo empieza en el momento que se denuncian las mentiras y sigue cuando se manifiesta público descontento por esa conducta que debiera ser tenida por delictiva a tenor de los daños que acarrea. Porque daño grande es el engaño que mantiene al pueblo en la desinformación y la ignorancia de cuanto a sus espaldas se trama en perjuicio suyo.

Las mentiras de los políticos debieran ser consideradas crimen de estado, juzgadas por tribunales competentes y penalizadas de forma ejemplar y conveniente, a fin de disuadir a quienes de ellas se valen. Pero en tanto eso no llegue, la mentira deberá ser denunciada con tesón hasta que se remuevan las conciencias de toda la ciudadanía en peso. Porque solo el rechazo firme del pueblo afectado podrá disuadir a quienes gobiernan del uso de tan endiablado y criminal lenguaje.

No obstante, la lucha del pueblo no tiene que quedar tan solo en la denuncia. No se llega muy lejos con ella puesto que de un modo u otro quienes gobiernan siguen teniendo la sartén por el mango. Para que se produzcan cambios importantes hay que quietarles la sartén de las manos. Hay que quitarles la capacidad de legislar a su antojo y conveniencia.

La democracia no puede reducirse a delegar la responsabilidad de gobernar en manos que no puedan ser controladas. No, eso no es democracia sino pura estulticia, irresponsabilidad programada, engaño estructural legalizado. La democracia tiene que realizarse mediante el control del pueblo, un control permanente de cuanto hagan y dejen de hacer quienes hayan sido elegidos para gobernar. Un control ejercido desde abajo, sin condicionantes previos, sin prejuicios, sin exclusiones. Un control que esté vivo y presente a nivel de pueblo, a nivel de barrio, a nivel de centro de trabajo, de centro de estudio, de calle. Un control que implique a todo ciudadano sea cual sea su condición, su formación, su talento.

No habrá democracia mientras no tengamos pueblos responsables. Ardua tarea, pero no imposible. Basta con sentir propio el problema del prójimo y luego reunirse, compartirlo, comentarlo, ver qué se puede hacer… Esa es una tarea que no excluye a nadie. No hace falta ningún título universitario para llevarla a cabo. La solidaridad es inherente a la naturaleza humana, no un añadido casual. Crece en la medida que se ejercita. Mengua en la medida que nos aislamos. /PC


PUBLICADO EN:
http://lists.kaosenlared.net/especiales/item/82523-la-toma-de-conciencia-contra-el-crimen-de-estado.html










lunes, 3 de marzo de 2014

El fracaso de las revoluciones

P.-  “¿Qué opina usted de las revoluciones?”
R.- “Yo no creo en las revoluciones. Todas terminan igual, apropiándose de ellas los oportunistas de turno”.
Eso le preguntaron a José Luis Sampedro y más o menos eso respondió, según un vídeo que todavía corre por YT.


Ese preámbulo que parece derrotista es de una realidad escalofriante. Porque si partimos de que la revolución tiene como fin instaurar formas de gobierno acordes con la dignidad humana veremos que todas las grandes revoluciones que conocemos terminaron en fracaso. Las que no fueron derrotadas por el poder establecido acabaron imponiendo tiranías. Pero en uno y otro caso la revolución fracasó.

Entre las que se fraguaron con violencia me vienen a la mente la francesa y la rusa. Ninguna de ellas pudo imponer sus ideales de forma perdurable, pues ambas sucumbieron a su propia dinámica destructora.

De entre las pacíficas, se me ocurre pensar en la más antigua de las habidas en los últimos veinte siglos, el cristianismo. Una forma de vida utópica donde las haya que arrancó del cuestionamiento que Jesús de Nazaret hizo de las leyes que oprimían al pueblo judío y de la conducta de quienes las manejaban. Era una revolución pacífica, pero con auténticos principios revolucionarios: fraternidad (ama tu prójimo como a ti mismo); igualdad (no llames a nadie padre o maestro; nadie por encima de nadie; los últimos serán los primeros); libertad (no se hizo el hombre para la ley sino la ley para el hombre). Ya se entiende que eso no podía ser aceptado por quienes ejercían el poder. Así que mataron al líder y siguieron matando a quienes profesaban y difundían tan revolucionarias ideas.

La persecución duró hasta que en el siglo IV el emperador Constantino creyó útil dar carta de naturaleza a los cristianos. A partir de entonces se acabaron las matanzas, pero se acabó también la revolución cristiana. La fagocitó el Imperio, quien hizo aparecer en su lugar una religión similar a las ya existentes, jerárquica, sumisa al poder y perpetuadora del orden imperante. Una religión tan poco igualitaria, tan poco fraterna, tan poco libre y tan poco humana que hubiese incitado al mismo Jesús de Nazaret a maldecirla.

Nadie entienda cuanto antecede como un alegato contrarrevolucionario, una invitación a la sumisión. Nada más lejos de la intención de quien esto escribe. Pero sí como una invitación a cuestionar la forma “tradicional” de entender la revolución.

La revolución es incompatible con el poder. El poder, una vez establecido, deja de ser revolucionario para convertirse en tiránico. El poder es nefasto, lo ejerza quien lo ejerza. Sucumbe a sí mismo. Luego debe ser contestado sin tregua ni descanso. No para apostar por el desgobierno sino para construir un sistema de gobierno en el cual sea el pueblo gobernado quien de verdad tenga y ejerza el poder. Difícil, porque el ser humano es gregario y fácilmente manipulable, pero no imposible. Es una gran tarea de pedagogía que convoca a toda la población consciente.

Las revoluciones hacen treguas, pero no mueren. El espíritu que impulsó las grandes revoluciones de la historia sigue vivo y se materializa en momentos y lugares diversos. La revolución cristiana fracasó en su día pero no murió, pues del siglo IV acá se han dado divergencias dentro del cristianismo que bien pudieran ser tenidas como revolucionarias. Hoy día sigue habiendo dentro del cristianismo movimientos que tratan de revivir el espíritu que animó a las primeras comunidades. Son pruebas fehacientes de que la revolución anida en el alma humana y no es fácil exterminarla.

Mucha es la violencia que ha desatado el poder sobre el afán de libertad y de justicia, pero no lo ha erradicado ni lo erradicará jamás. El poder religioso apela a Dios, a la moral, a las buenas costumbres... El político al orden, a la ley, a la justicia, al bien común... Pero todos parten de lo alto. Todas dicen cómo tiene que comportarse el pueblo oprimido. Ninguno escucha a ese pueblo que es voz y espejo de la naturaleza que lo creó. Luego siempre encontrarán esos poderes quien se les oponga desde el lado de los oprimidos. El afán de libertad que conlleva la naturaleza humana supera todas las violencias, todos los engaños, todas las trampas.

Si la revolución consiste en librar al pueblo de las cadenas que lo esclavizan, no podemos esperar que esa liberación venga de quienes lo mantienen amarrado. Tampoco de quienes por encima de todo imponen su voluntad. No. La liberación tan sólo puede llegar a través del deseo y el esfuerzo del pueblo oprimido por librarse.

Ni dictadura ni monarquía ni fascismo disfrazado de democracia ni república clasista e imperialista ni iglesia alguna ni nada que defienda privilegios de nadie nos traerán una sociedad mejor. La libertad, la igualdad y la fraternidad verdaderas solamente llegarán si el pueblo toma conciencia de ellas y se empeña en ponerlas en el primer plano de la vida colectiva y privada. Y eso solo se logrará mediante el debate abierto, la toma de conciencia y la lucha. Una lucha clara, decidida y permanente.

Permanente, sí, porque el poder no ceja en su afán de dominio y, como dice el refrán, “camarón que se duerme se lo lleva la corriente”. /PC

http://lists.kaosenlared.net/secciones/s2/opinion/item/81952-el-fracaso-de-las-revoluciones.html