sábado, 15 de febrero de 2014

El inmovilismo de la izquierda legal y la lucha del pueblo

Cuando el poder legalizado abusa, la gente se harta, se subleva, salta la valla de la legalidad y sale a la calle, a manifestarse, a gritar, a reclamar sus derechos desafiando a policías y jueces represores. Entretanto, ¿qué hacen los partidos de izquierda?


Desde el final de la dictadura hasta el día de hoy hemos podido observar muchas mutaciones en las organizaciones que protagonizaron el cambio político. Digamos que ha habido algo así como un desplazamiento hacia la derecha mayor de lo que cabía esperar. Partidos de centro-izquierda que han hecho políticas de derechas. Partidos de izquierda que han callado cuando debieron alzar la voz o que no han pasado de soltar discursos hueros.

Sabemos que entrar en el juego legal es enfrentarse a alguien que juega con barajas marcadas. La única posibilidad que hay de ganarle la partida pasa por descubrirle las trampas. Denunciar todas las mentiras del gobierno de turno, poner al descubierto todas sus martingalas de forma que se entere el pueblo es lo que debiera haber hecho pero no hizo la izquierda parlamentaria. En vez de eso, lo que hizo fue arrellanarse en la butaca del escaño correspondiente como cualquier parlamentario de la derecha y largar sus discursos cuando correspondía, sabiendo que de bien poco servía ese lucimiento verbal. 

No era eso lo que el pueblo esperaba que hiciera esa izquierda tradicional. Quizá no se esperase que hiciese nada en el Parlamento, porque el hemiciclo parlamentario era una imagen que no estaba en la mente de un pueblo que había crecido bajo una dictadura, pero en la calle... La izquierda ha salido a la calle a pegar carteles en época de campaña electoral, como han hecho todos los partidos, pero ha brillado por su ausencia el resto del año. ¿De qué ha servido hasta el día de hoy esa izquierda legalizada? ¿Y de qué sirven también esos sindicatos legalizados que no dan más señales de vida que las precisas para mantener su estatus? No... ¡Harto está el pueblo de tanta legalidad inmovilizante!

Es obvio que no es tarea fácil salir a la calle a denunciar lo que no anda por buen camino. Requiere coraje y tener ganas. Y aun más cuando lo denunciable es lo contrario de lo que quiere oír el pueblo. Entre escuchar a alguien que dice que nos están engañando, que nos van a arruinar la vida, o escuchar a quienes dicen que “España va bien”, la gente no lo piensa ni un instante. Le cierra la puerta al pájaro de mal agüero y se queda con el mentiroso complaciente.

Rehuir la verdad y escuchar la adulación no es exclusivo de España. Hitler se metió en el bolsillo al pueblo alemán diciéndole que procedían de una raza superior, que eran los mejores del mundo, los más inteligentes, los más trabajadores, los más combativos... Aquí se hizo algo parecido. Si en tiempos de la dictadura éramos la reserva espiritual de Europa (todavía hay quienes lo creen), ya en democracia pasamos de repente a formar parte de los países más ricos y avanzados del mundo. Y además campeones en todo o casi todo: en fútbol, en motos, en ballet acuático, en lo que fuere que nos llenase de orgullo patrio. ¡Viva los deportistas españoles! ¡Viva la selección nacional, “La roja”!

No es fácil motivar a un pueblo desmotivado. No es fácil pedirle responsabilidad a un pueblo que se acostumbró a vivir según lo establecido, a acatar lo que le mandasen. Porque esa fue durante cuarenta años la realidad del pueblo español desde aquel triste abril de 1939. Quienes sobrevivieron al genocidio fascista sabían que no tenían que destacarse en nada. Que el enemigo era peligroso y que acechaba en todas las esquinas. Luego había que ser pacíficos hasta el extremo de ser irresponsables. Y así se hizo. Así vivió este pueblo sometido y eso fue lo que transmitió a sus hijos la mayor parte de la población: irresponsabilidad; indiferencia; “dame pan y dime tonto”.

Pero la democracia, ¿no tenía que servir para despabilar a la gente y despertar su sentido de la responsabilidad? ¿Y quien tenía que llevar a cabo esa tarea, los partidos de la derecha o los de la izquierda?

No se movió esa izquierda legalizada durante los 35 años que llevamos de democracia. No se movió más de lo que la cómoda legalidad le marcaba. Tan quieta estuvo, que el pueblo ha dejado de esperar de ella nada que sirva para combatir la injusticia que nos domina. Y harta ya la gente de tanta inoperancia, de tanta injusticia consentida, diciendo ¡basta! se echó a la calle.

Ahora nuevas sendas se abren a partir de la protesta. Aparecen nuevos líderes que lanzan promesas. Serán más o menos fiables pero son deseados por este pueblo que ya no sabe en quien confiar. Ante la inoperancia de quienes debieran moverse, la gente le da cancha a la esperanza. Es un riesgo, pero quizá no importe correrlo. Lo peor que nos puede traer es una decepción más, pero a eso ya nos hemos acostumbrado.

Pase lo que pase, alegrémonos de que por fin la gente se haya movilizado. Dejemos “que los muertos entierren a sus muertos” y vayamos en pos de lo que creemos justo. Tan solo el pueblo en lucha puede redimir al pueblo. /PC

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