sábado, 26 de octubre de 2013

Cambiar lo que no nos gusta empezando por lo propio


Las revoluciones no se exportan ni se importan. Cada pueblo hace la suya y si no la hace se le queda por hacer.


No nos gusta esa Europa ni esa España ni esta Cataluña de hoy en manos de los banqueros. Y porque no nos gustan, las queremos cambiar. Queremos cambiar el mundo y empezaremos por casa. No queremos maquillajes. No queremos apariencias. Queremos un mundo nuevo sin políticos ladrones y noticiarios embusteros. Queremos un mundo justo y vamos a empezar a hacerlo.

Nada se asienta en el aire salvo las ilusiones y las fantasías. Promesas que despiertan ensueños. Cantos de sirena que arrastran pueblos enteros hacia insondables despeñaderos. Pompas de jabón, burbujas flotantes que nos causan admiración y regocijo mientras ingrávidas flotan en el aire nos muestran de repente su vacuidad, su nada al explotar. Súbito desengaño, trémolo deseo insatisfecho de ver lo que no existe.

Es ahí, en esa ilusión, en ese anhelo, en ese cúmulo de fantasías que anida en toda alma humana donde se asientan el engaño y las mentiras y las falsas promesas de los demagogos profesionales. Hábiles especuladores, atentos al deseo del ciudadano medio, elaboran discursos cargados de tentadoras ofertas a sabiendas de que no las van a cumplir. Calidoscopios de lindos colores hábilmente manejados maravillan a las gentes que les creen porque quieren creer que alguien o algo los va a salvar de su mísera condición de consumidor insatisfecho, que les va a llover del cielo la felicidad ansiada sin que para lograrla tengan que hacer nada. Y así una vez y otra, encandilado por el deseo de fácil bienestar y la ilusión de poder llevar una vida poltrona, el pueblo da su dignidad a cambio de simples pedazos de cristal coloreado.

No es porque sí que ocurre eso. Una criminal limpieza ideológica de las más sanguinarias de Europa seguida de cuarenta años de dictadura y treinta y cinco de falsa democracia ha configurado esta ciudadanía pasiva, inerte, despolitizada e ilusa que hoy tenemos. Ha generado la idea de que lo político es algo impropio, ajeno, exclusivo de un estamento social inalcanzable formado por seres especiales pertenecientes a otro mundo, que no al propio. Ha secuestrado las mentes y las voluntades de los individuos hasta desarticular toda resistencia capaz de frenar la inhumana forma de vida que nos han implantado. Y para reforzar la castración que una tal configuración mental comporta, los ingentes equipos de especialistas en manipulación de masas han impuesto a través del consumo y de la publicidad el hábito de la distracción permanente, la cual a modo de droga evade al individuo de su realidad social y le incapacita para ejercer sus responsabilidades políticas.

En esa deshumanización del pueblo es donde radica el poder de quienes gobiernan. De aquí que la principal tarea a llevar a cabo para dar vuelta a la realidad política actual sea cambiar la forma de pensar, sentir y actuar del ciudadano medio, de modo que llegue a ser capaz de usar su inteligencia para elaborar estrategias capaces de defender sus derechos frente a quienes le roban.

Durante años, en aquellos ya lejanos tiempos de la desenmascarada dictadura, estuvimos soñando con ese país de las maravillas que era cualquier vecino nuestro europeo. Un día por fin ese sueño se hizo realidad con esa tan esperada Unión Europea. Ya no éramos tercer mundo, ya éramos ciudadanos de primera. Pero ahora una pesadilla nos despierta de repente con sobresalto y vemos que aquella Europa cuna de democracia y cultura no es sino el coto de caza de codiciosos especuladores financieros. Un coto del cual nosotros somos las piezas a cobrar.

Cesó el ensueño y nos dimos de bruces con la realidad. Se acabó la hora de la fantasía y llegó el tiempo de poner los pies en el suelo y empezar a caminar. Pero... ¿cómo hacerlo? ¿Cómo activar a gentes que llevan años, toda la vida las más de ellas, con el sentido de lo colectivo, de lo social, de lo político atrofiado? ¿Cómo hacer para animarles a poner en el primer plano su vida la dignidad?

La tarea parece imposible. El entorno humano mayoritario no quiere oír hablar de otros cambios que no sean volver al pasado, a la feliz época del consumo irresponsable, esa trampa mortal urdida por el capitalismo para llevarnos a donde ahora estamos. No obstante, entre esa gran masa de gentes derrotadas hay todavía quienes albergamos el ánimo necesario para dar la batalla. Es cosa de juntarse, unirse para actuar con cerebro y paciencia, al modo de los antiguos agricultores, que se unían para sembrar y cultivar, aguardando serenos y activos que llegase el tiempo de la cosecha.

Si queremos cambiar este mundo que no nos gusta, empecemos a actuar en el terreno que habitamos. Las casas no se empiezan por el tejado sino por poner cimientos. Y los cimientos de un pueblo están en la vecindad real, no en la lejanía, ni en la administración, ni en los partidos políticos... ¡No! Tenemos que movernos y actuar en el propio metro cuadrado que ocupamos, buscando con tesón y ganas todo lo que podamos compartir con nuestros vecinos, fijándonos en lo que nos une y dejando de lado las menudencias que nos separan.

No es necesario manejar mucho discurso ni mucha teoría revolucionaria para hacer una verdadera revolución. Basta con tener claro sentido de lo que es justo y lo que no lo es y poner la voluntad necesaria para entenderse entre iguales. Propuestas políticas hay varias y los principios básicos aceptables son tan elementales que están al alcance de todo el mundo: “todos para uno y uno para todos” y “lo que no quieras para ti no lo quieras para los demás”. Esa es la guía. A partir de ella, siguiéndola fielmente, podremos empezar a construir el cambio que queremos, podremos alzar un pueblo que se rija por los principios de LIBERTAD, IGUALDAD y FRATERNIDAD. / PC

http://www.kaosenlared.net/colaboradores/item/72083-cambiar-lo-que-no-nos-gusta-empezando-por-lo-propio.html

http://ecupres.wordpress.com/2013/10/28/cambiar-lo-que-no-nos-gusta-empezando-por-lo-propio/

miércoles, 23 de octubre de 2013

¿Alguien duda de lo que cabe esperar del papa Francisco? *

Pues motivos para dudar no hay demasiados, a menos que se tenga una ingenuidad a prueba de fuego.


Alguien que en ningún momento durante el tiempo en que fue Nuncio condenó los crímenes de la dictadura militar argentina; que al comienzo de su andadura toma en su equipo de trabajo al filogolpista cardenal hondureño Oscar Rodríguez Madariaga; que aborda con autoritarismo el conflicto pendiente con las religiosas norteamericanas; que dice no tener prejuicios contra las personas homosexuales pero no hace ni un solo gesto para modificar la doctrina que las condena; que dice no estar de acuerdo con el acto político-religioso de la beatificación de “mártires de la contienda española” pero asiste a la misma desde una pantalla gigante... ¿Acaso no son evidencias de doblez más que suficientes todas ellas para el poco tiempo que lleva rodando?

En cuanto al ecumenismo, no cabe esperar sino que siga la línea que inició el polaco Wojtila y trate de fagocitar iglesias, grupos, congregaciones y lo que haga falta para contrarrestar la disidencia y compensar a la vez la merma de feligresía de esa ICR que lleva largo tiempo ya en franco declive.

Es doloroso ver la ingenuidad con que organismos de buena fe se acercan a esa montaña de intrigas y farsas que es la jerarquía católica romana. Hombres que a lo largo de su vida han mantenido una actitud crítica más que razonable con el papa que les toco lidiar ceden hoy a los encantos de esa imagen de bondad que más responde a estrategias urdidas por hábiles especialistas de imagen que a la realidad de la persona que las encarna.

Una vez más el poder se afianza en la ilusión. El deseo de una reforma auténtica que anida en el corazón de esas gentes de buena fe hace que confíen en los ardides que esa “santa madre iglesia” que no es sino un instrumento al servicio de los poderes terrenales.

El hereje impenitente que esto escribe está plenamente convencido de que este papa va a hacer cuanto pueda por aumentar el poder de la Iglesia Católica Romana (ICR), pero nada en absoluto por convertirla en el instrumento de buena nueva que la humanidad anhela. /PC


* A propósito del artículo de Domingo Riorda ¿Quo Vadis Ecumenismo?
http://ecupres.wordpress.com/2013/10/23/quo-vadis-ecumenismo/



miércoles, 16 de octubre de 2013

Pueblos, naciones, estados, imperios... y crimen institucionalizado



Los pueblos y las naciones los dio la Vida, son formaciones humanas naturales. En cambio los estados son organizaciones sociales, instituciones de poder que tanto pueden estar al servicio del pueblo como de las clases dominantes, dependiendo de quien lo gobierne y controle. Cuando la ambición y la codicia crecen en demasía y con ellas la capacidad agresiva de los ejércitos, aparecen los imperios y con ellos la injusticia institucionalizada. Que nadie confunda, pues, naciones con estados y aun menos con imperios. Que nadie confunda lo natural con lo administrativo, porque de la confusión surge el engaño y del engaño el poder del tirano.

Un pueblo es un colectivo humano con unas señas de identidad comunes, una lengua, unas costumbres, una cultura... Los pueblos son hijos de la vida. Nadie necesita discurso alguno para saber quien es su madre, su padre, sus hermanos, sus abuelos, sus tíos, sus primos, las gentes con las cuales se entiende en propia lengua... La vida lo da a entender. Los pueblos crecieron a lo largo de los siglos, gestaron sus costumbres y normas y de acuerdo con ellas establecieron sus leyes, su propio modo de regirse y gobernarse y se convirtieron en naciones.

Ser parte de un pueblo es mucho más que una simple cuestión administrativa. Es mucho más que estar inscrito en un determinado registro civil. Yo soy catalán no tan solo porque nací en Cataluña sino porque nací y crecí en el seno de una familia catalana y catalana es mi lengua materna, esa que la España UNA y GRANDE me negó el derecho de aprender en la escuela. Y reivindico mi catalanidad porque soy hijo del pueblo que esa misma España perseguía ya cuando nací y al que bombardeó cruelmente luego que en 1936 los militares golpistas se alzaran contra el gobierno de la República.

A quienes apelan a la historia para fundamentar sus argumentos en torno a éste o aquel estado les recuerdo que de los hechos narrados hay tantas versiones como narradores tuvieron, las cuales son a menudo contradictorias. Pero por encima de todo les quiero hacer observar que casi todas tienen en común la narración de los hechos vistos desde arriba, desde el poder, con ignorancia y desprecio de los pueblos y de los sufrimientos que los hechos narrados les causaron.

Voy a dejar de lado, pues, la historia escrita y voy a fijarme en las injusticias y afrentas de que ha sido objeto mi pueblo y con él yo mismo a lo largo de mi vida. No voy a tomar en cuenta las opiniones de quienes no las hayan padecido, pues dada su vital ignorancia los consideraré interlocutores no válidos en cualquier discusión que trate este tema. No son los libros sino la vida lo que nos da el conocimiento.

En cuanto a ese nacionalismo español que tantos esfuerzos han hecho y hacen los gobiernos de España en promocionar e imponer a machamartillo, a base de continuos lavados de cerebro hábilmente diseñados desde la escuela primaria, desde los medios de comunicación de masas, desde los aparatos de propaganda del estado, diré que no son mías las gestas del Cid Campeador, héroe legendario castellano, que no catalán ni vasco ni gallego... Las de Don Pelayo; de Guzmán el Bueno; de los tan mitificados Reyes Católicos... Con ninguno de ellos me identifico, máxime cuando lo que se ensalza en sus hazañas es la violencia con que actuaron, las guerras que desencadenaron, la sangre de inocentes que para su mayor gloria hicieron derramar en criminales batallas.

Tampoco considero míos los reyes y dictadores que de tres siglos acá se han ido sucediendo en el poder en eso que hoy se denomina España. Ninguno de ellos hizo nada memorable por mi pueblo. Todos sometieron a mi nación catalana. Todos nos utilizaron y explotaron, ora como carne de cañón, ora como animales de carga, simples proveedores de la Hacienda Española.

Hoy las clases dirigentes del Estado Español que nos oprime, obediente a ese Imperio Del Crimen Financiero que genera hambre y miseria por doquier, usa de todos sus recursos para expoliar de forma salvaje e impensada a la mayor parte del pueblo humilde, dejándolo sin vivienda, sin servicios médicos, sin instrucción, sin derecho a una vida digna. Hoy la codicia de los ricos invade el mundo bajo el control de políticos sin entrañas. Hoy mi pueblo, mi nación sufre un abuso de las clases pudientes como no habíamos siquiera imaginado. Nunca a la mayor parte de la población le pasó por la cabeza que esta involución social llegara a darse. Quizá por eso aceptó la sumisión dócilmente, sin rebelarse. Pero el despotismo de quienes gobiernan es tan insoportable que por fin parte del pueblo sale a la calle y sin ambages grita ¡BASTA!

Es hora ya de acabar con ese gran crimen organizado que es la política mundial. Es hora de luchar contra todas las tiranías institucionalizadas. Es hora de gestar en la propia tierra, con la propia gente formas democráticas de vida en común. Es hora de entendernos entre iguales para echar fuera del poder a tanto criminal infiltrado. Es hora de unirnos a las asambleas de barrio y de colectivos diversos para urdir estrategias que neutralicen y contrarresten sus perversos y desmesurados abusos.

Esta guerra de ricos contra pobres afecta a todo el pueblo. Nadie debe negarse a tomar partido, pues inhibirse es darle la victoria al enemigo. 


http://www.kaosenlared.net/secciones/s2/opinion/item/71502-pueblos-naciones-estados-imperios-y-crimen-institucionalizado.html

jueves, 10 de octubre de 2013

Originarios e invasores


El ciclo del año da lugar a conmemoraciones históricas de victorias y derrotas que para bien de la convivencia en paz deben ser reflexionadas. Año tras año los vencedores celebran gozosos sus victorias, en tanto que los vencidos guardan memoria de lo acaecido. Fechas como el 12 de octubre y el 11 de setiembre marcan hitos en la historia de la España victoriosa, de la América invadida y de la Cataluña derrotada. Gloria y provecho para los invasores. Humillación, sumisión, ultraje, explotación y ninguneo para los originarios. Distanciamiento entre pueblos que se acrecienta en cada celebración.

En la naturaleza humana la codicia anda de la mano con la crueldad. Apropiarse de lo ajeno, ya sea con engaño o con violencia, pero siempre con desprecio del sufrimiento causado es algo que nadie quisiera para sí, pero que no duda en darlo por válido cuando le beneficia. Mucho nos falta para alcanzar un grado de humanidad que permita vivir en paz y armonía a unos pueblos con otros.

Creerse con derecho sobre algo que se ha logrado con violencia, ya sean territorios o bienes, no es sino legitimar esa forma de relación humana, tanto entre individuos como entre pueblos. Las sociedades que así hagan no podrán evitar que la violencia permanezca de forma más o menos solapada o evidente en su seno. Sus leyes y su forma de vivir estarán impregnadas de ella, la cual caerá inexorablemente tanto sobre extraños como sobre propios.

La violencia es el recurso del cual echa mano la falta de raciocinio. Existen diversas formas de pensar y de vivir; quizá tantas como individuos. La confrontación de ideas nos permite a los humanos reconsiderar nuestro propio pensar y de ese modo ir construyendo día a día un pensamiento colectivo con que gobernarnos. Pero cuando esa confrontación no se da, cuando las ideas no se vierten en palabras sino que el pensamiento dominante impone silencio al disidente, el instinto se convierte en regla suprema y la convivencia se rige por la ley del más fuerte. Y ahí los humanos actuamos como auténticas bestias.

Como bestias se comportan quienes valiéndose de cuantos recursos tienen a su alcance insisten en tener sometidos a otros seres humanos; a seguir poseyendo territorios que fueron capturados mediante acciones de armas; a seguir imponiendo sus leyes a quienes sus antepasados impusieron las propias tras derogar por la fuerza las que legítimamente tenían. Y como bestias se comportan quienes siguen celebrando las gestas guerreras que les dieron esas ilícitas posesiones. Ese orgullo que con soberbia exhiben no es sino oprobio, deshonor, indignidad para nuestra condición humana.

Desde el siglo XV acá son infinidad las acciones guerreras de conquista y ocupación que se han dado en nuestro mundo. Son muchos los pueblos extinguidos y los que han sobrevivido en territorios ocupados y gobernados por quienes les agredieron y vencieron. Quienes tras las acciones guerreras ocuparon dichos territorios son en su mayoría quienes ahora los pueblan y consideran suyos. De ahí el trato que en muchos de ellos se da aún hoy día a los originarios sobrevivientes.

Esas relaciones de poder que ejercen los invasores sobre los invadidos no son sino violencia. Una violencia legalizada por los vencedores, pero violencia pura. No cabe otro nombre para designar tal proceder. Quienes de ella echan mano para beneficiarse de la situación creada pueden no ser personas violentas en su hacer personal, pero son personas que se amparan en la violencia. No hace falta matar el pollo para ser causante de su muerte; basta con comerlo.

Casi todos los pueblos invasores dan por buena la situación presente y se niegan a mirar las causas del atropello en el cual se fundamentan. Son pocos los pueblos que renuncian al beneficio de la violencia. Los más de ellos apelan a la paz y la exigen a los originarios invadidos. Una paz que impuso en su día el vencedor y que ahí sigue humillando y sojuzgando.

Cabe señalar que ese no es camino para la convivencia. La convivencia se basa en la paz y ésta exige erradicar la violencia de la sociedad en la cual se asienta. Requiere reflexión, debate abierto en el seno de ella. No se puede seguir diciendo “esto es así porque así lo hicieron nuestros antepasados”. No. La injusticia requiere reparación, sea cual sea el origen de ella. En tanto esa reparación no se dé, el pueblo invadido seguirá viviendo humillado y quienes en la invasión se afinquen serán culpables siquiera sea por pasiva, aunque quizá también por activa, de esa violencia que humilla al originario invadido.

En este 12 de octubre de 2013, quienes a uno y otro lado del océano Atlántico sientan orgullo de su españolidad tienen mucho que reflexionar. Ojalá esta celebración les ayude a hacerlo.

http://www.kaosenlared.net/secciones/s2/opinion/item/70923-originarios-e-invasores.html

viernes, 4 de octubre de 2013

¡España UNA! ¡España GRANDE! ¡España ...! No, gracias.

No queremos imperios. Queremos "libertad, igualdad y fraternidad" verdaderas.


Los que aman la grandeza suelen ser muy poco respetuosos con las minorías. Tienden a fagocitarlas en beneficio de esa grandeza que aman, que no es otra sino la suya propia. No sé de nadie que abogue por la grandeza ajena, sea persona o pueblo. No. Cuando alguien aboga por la grandeza piensa, sin duda, en la propia.

Recuerdo los gritos rituales que nos hacían dar en la escuela después del canto del himno nacional antes de entrar en clase y al terminar la jornada. "España, UNA! ¡España, GRANDE! ¡España, LIBRE! ¡VIVA ESPAÑA! ¡ARRIBA ESPAÑA!". Los que vivimos aquella época sabemos bien que la pregonada grandeza de aquella España opresora era un bluf. ¿Puede decirme alguien qué grandeza tiene una nación gobernada en régimen dictatorial, con restricción sistemática de derechos y libertades, donde la relación social estaba enmarcada en la división entre vencedores y vencidos?

La lengua oficial en aquel estado que englobaba pueblos tan diversos y claramente definidos como el vasco y el catalán era la de Castilla. El único pueblo reconocido en todo el estado era el pueblo español. No existía la nación catalana. No existía la nación vasca. Habían sido fagocitadas por aquella entelequia gestada por el afán de poder de unos gobernantes ambiciosos a la que pusieron por nombre España. En ella, Cataluña era una especie de accidente, al igual que lo era Euskadi. Mi pueblo, mi gente, mi lengua no existían en aquella España UNA y GRANDE. Nunca me sentí español y nunca entendí que esta tan pregonada "grandeza" pudiera ser motivo de orgullo.

Los derechos de los pueblos no surgen como las flores del campo en primavera, sino que necesitan ser sembrados, cultivados y protegidos de las inclemencias climáticas y de los depredadores, como las flores de jardín. Incluso en los sistemas más progresistas se comete injusticia. Recordemos si no que la Comuna de París negó en 1871 el derecho a votar a las mujeres. No fue una rancia y absolutista monarquía quien una tal cosa hacía sino todo un gobierno revolucionario. Y esto es así porque abrir los ojos y la mente de la gente es tarea ardua que requiere esfuerzo, constancia y tiempo.

No es extraño pues que en pleno siglo XXI haya quien tenga una idea de lo que debe ser una república similar a la que tenían los que forjaron la de 1931. Grandeza, unidad, pensamiento único, gobierno único, poder único, abuso único y total de los diversos, de los otros, de los que ya antes fueron ninguneados y que lo van a seguir siendo en nombre de una grandeza que favorecerá por encima de todo a los poderosos, no a los ignorados sino a quien los ignoran.

Una república así entendida y de tal suerte forjada será tan incapaz de llevar la justicia y la paz a las sociedades que la forman como lo fue aquella. Comportará, sin duda, mejoras importantes para gran parte de la población, pero dejará también de lado a las capas sociales más desfavorecidas. Se aliarán en ella, al igual que antes, las clases acomodadas con el pueblo menos desfavorecido para seguir sacando provecho de las capas de población ignorada, menospreciada y explotada. Y por supuesto comportará el mismo riesgo de explosión que aquella tuvo. ¿Cómo no va a ser así la tercera república si al igual que la segunda comienza ignorando a los pueblos que la forman?

No, no es ser ciudadano de una España "grande" y "una" lo que quiero sino el reconocimiento y el respeto que merece mi condición de hijo de un pueblo con una historia, una lengua y una cultura propias. Un pueblo al que oscuras alianzas y hechos de armas sometieron a otro más poderoso que desde entonces lo ha fagocitado y despreciado, pero que aun así ha seguido existiendo en el corazón y la voluntad de los que lo integran.

Soy catalán desde que nací, hace ya más de 78 años, y no he tenido nunca un documento de identidad que así lo reconozca. Pero ya me basta. Antes de morir quiero tener un DNI catalán y un pasaporte catalán. Es un respeto que le debo a mi persona y por el que estoy dispuesto a luchar lo que haga falta.

Cuando la libertad de mi pueblo sea un hecho, ya pensaremos con qué otros pueblos establecemos alianzas y con cuáles no. Pero renunciar a mi nacionalidad catalana para seguir siendo español, no, en absoluto. ¡Ni aun siendo republicano! /PC

Original en catalán:

miércoles, 2 de octubre de 2013

Los retos del papa Francisco y los de la Iglesia Católica Romana


El artículo publicado en esta página, ECUPRES, el pasado 2 de octubre bajo el título “La prueba decisiva de Francisco”, firmado por Hans Küng [1] nos invita a pensar lo que sigue.

En primer lugar que es mucho lo que Hans Küng le pide al papa. Es mucho si se tiene en cuenta la mentalidad de quienes forman la jerarquía de esa Iglesia Católica Romana. Los tres puntos básicos que él enuncia están tan lejos de lo que hasta hoy día nos han venido ofreciendo que el solo hecho de afrontarlos en virtud de su urgencia sería señal de gran atrevimiento.

Pero aun cuando eso que le pide llegase a darse, le faltaría todavía a la Iglesia Católica Romana algo imprescindible para ser una buena nueva en el mundo: le faltaría estar de verdad al lado de los de abajo. Le faltaría eso porque “estar de verdad” significa oponerse a los de arriba. Significa oponerse a quienes están siendo causa de los sufrimientos de millones de personas en el mundo, que son las capas altas de la sociedad y los gobiernos que a ellos favorecen.

Bien está considerar los sufrimientos morales que señala Hans Küng, pero olvidar o ignorar algo tan básico como los que produce la división social de la humanidad no nos parece que sea propio de una Iglesia que predica el evangelio.

El ciudadano de a pie, sumido en sus cotidianas preocupaciones, puede ignorar hasta cierto punto que el mundo entero está dividido en capas o clases sociales. Las clases altas y las bajas. Puede incluso no darse cuenta de que cada una de ellas está subdividida en otras varias, cuya visión enmascara la capa principal a la cual pertenecen según se miren desde una perspectiva u otra. Y así por motivos diversos alguien puede identificarse con una clase social a la que en realidad no pertenece, lo cual puede llevarle a actuar de modo inconsecuente y aun contrario a sus propios intereses. Tal sería el caso de los muchos pobres que llenos de buena fe o de necia vanidad mimetizan conductas de gentes de capas sociales más altas que la propia y acaban votando partidos políticos de derechas.

Pero el pontífice romano no puede ignorar algo tan elemental. No puede ignorarlo él ni nadie que tenga cargos de responsabilidad en esa Iglesia. No pueden ignorarlo por una razón elemental de conocimientos básicos necesarios, pero sobre todo no pueden ignorarlo porque hacerlo significa tomar parte en favor de la injusticia. Quien en presencia de una situación de flagrante injusticia no hace cuanto esté a su alcance para evitarla, está cometiendo una falta o pecado -désele el nombre que se le quiera dar- de omisión. Y esa falta será más grave cuanto más grande y evidente sea la injusticia y también cuanto más se incumpla la obligación moral de impedirla.

Ya en su día vimos la oposición clara del papa Juan Pablo II a la conducta de los clérigos que tomaban partido político en favor de los desposeídos. Lo vimos claramente en aquella vergonzosa imagen que dio la vuelta al mundo en la cual el pontífice reprendía públicamente a Ernesto Cardenal. También vimos claramente como su sucesor Benedicto XVI ensalzaba las virtudes caritativas de la Madre Teresa de Calcuta, muy loables ellas pero cuya loa era una clara invitación a ocuparse de hacer caridad dejando de lado enfrentar la causa de la injusticia. Algo muy contrario a eso había denunciado ya en su día el obispo Hélder Cámara cuando dijo algo así como “si ayudo a los pobres me llaman cristiano; pero si indago en las causas de la pobreza me llaman comunista”.

Ocuparse de las cuestiones del espíritu, de la relación entre los humanos y Dios, es un viejo truco del cual la Iglesia ha venido abusando a lo largo de los siglos. En todo momento ha potenciado un cristianismo espiritualista y cultista, en el cual la humanización de Dios, que según propia doctrina es Jesucristo, se ha dejado de lado en beneficio de su vertiente divina.

Mirar al cielo y no fijarse en lo que ocurre en la tierra ha sido desde tiempos inmemoriales la tónica de esa Iglesia. Atender la pobreza moral y los sufrimientos de los propios excluidos nos parece bien, pero insuficiente. Quizá diga bien Hans Küng cuando señala que esos son retos que tiene en este momento el papa Francisco. Pero la institución que el rige tiene desde hace siglos otros mucho mayores, que son vivir en verdad el evangelio en aquel mandamiento que ordena amar al prójimo como a uno mismo. Mientras eso no se cumpla, todos los apaños que pueda hacer la curia con el papa al frente podrán complacer más o menos a la feligresía católica, pero serán paños calientes que muy poca buena nueva traerán a la humanidad.

[1]  http://ecupres.wordpress.com/2013/10/02/la-prueba-decisiva-de-francisco/ 


PUBLICADO EN: http://ecupres.wordpress.com/2013/10/03/los-retos-del-papa-francisco-y-los-de-la-iglesia-catolica-romana/