lunes, 30 de septiembre de 2013

¡España UNA! ¡España GRANDE! ¡España...! ¡No, gracias!

No queremos imperios, ni que sean republicanos. Queremos “libertad, igualdad y fraternidad” verdaderas.

Quienes aman la grandeza suelen ser muy poco respetuosos con las minorías. Tienden a fagocitarlas en beneficio de esa grandeza que aman, la cual a poco que hurguemos veremos que es la suya propia. No sé de nadie que abogue por la grandeza ajena, sea de persona o de pueblo. No. Cuando alguien aboga por la grandeza piensa, sin duda alguna, en la propia.

Recuerdo los gritos rituales que nos hacían dar en la escuela tras el canto del himno nacional antes de entrar en clase y al terminar la jornada. “¡España, UNA! ¡España, GRANDE! ¡España, LIBRE! ¡VIVA ESPAÑA! ¡ARRIBA ESPAÑA!”. Quienes vivimos aquella época sabemos bien que la pregonada grandeza de aquella España opresora brillaba por su ausencia. ¿Puede decirme alguien qué grandeza tiene una nación gobernada en régimen dictatorial, con restricción sistemática de derechos y libertades, donde la relación social está enmarcada en la división entre vencedores y vencidos?

La lengua oficial en aquel estado que englobaba pueblos tan diversos y claramente definidos como el vasco y el catalán era la de Castilla. El único pueblo reconocido en todo el estado era el pueblo español. No existía la nación catalana. No existía la nación vasca. Habían sido fagocitadas por aquella entelequia gestada por el afán de poder de unos gobernantes ambiciosos a la cual pusieron por nombre España. En ella, Cataluña era algo así como un accidente, al igual que lo era Euskadi. Mi pueblo, mi gente, mi lengua no existían en aquella España UNA y GRANDE. Nunca me sentí español y nunca entendí que esa tan pregonada “grandeza” pudiese ser motivo de orgullo.

Los derechos de los pueblos no surgen como las flores silvestres en la primavera, sino que necesitan ser cultivados, sembrados, abonados y protegidos de las inclemencias climáticas y de los depredadores, como las flores de jardín. Incluso en los sistemas más progresistas se comete injusticia. Recordemos sino que la Comuna de París negó el derecho a votar a las mujeres. No fue una rancia y absolutista monarquía quien tal hacía sino todo un gobierno revolucionario. Y eso es así porque abrir los ojos y la mente de la gente es tarea ardua que requiere esfuerzo, constancia y tiempo. 

No es extraño pues que en pleno siglo XXI haya quienes tengan una idea de lo que debe ser una república similar a la que tenían quienes forjaron la maltrecha de 1931. Grandeza, unidad, pensamiento único, gobierno único, poder único, abuso único y total de los diversos, de los otros, de los que ya antes fueron ninguneados y que ahora lo van a seguir siendo en aras de una grandeza que va a favorecer por encima de todo a los poderosos, no a los oprimidos, no a los ignorados sino a quienes los ignoran.

Una república así entendida y forjada será tan insuficiente para traer la justicia y la paz a las sociedades que la formen como lo fue aquélla. Comportará, sin duda, mejoras importantes para gran parte de la población, pero dejará también de lado a las capas sociales más desfavorecidas. Se aliarán en ella, al igual que antaño, las clases acomodadas con el pueblo menos desfavorecido para seguir sacando tajada de las capas de población ignorada, ninguneada y explotada. Y por supuesto conllevará el mismo riesgo de explosión que aquella tuvo. ¿Cómo no va a ser así una tercera república si al igual que la segunda empieza ignorando a los pueblos que la forman?

No, no es ser ciudadano de una España “grande” y “una” lo que quiero sino el reconocimiento y el respeto que merecen mi condición de hijo de un pueblo con una historia, una lengua y una cultura propias. Un pueblo al cual hechos de armas sometieron a otro más poderoso que desde entonces lo ha fagocitado y ninguneado, pero que aun así ha seguido existiendo en el corazón y la voluntad de quienes lo integran.

Soy catalán desde que nací, hace ya más de 78 años, y nunca tuve un documento de identidad que así lo reconozca. Pero ya me basta y antes de morir quiero tener un DNI catalán y un pasaporte catalán. Es un respeto que le debo a mi persona y por el cual estoy dispuesto a luchar cuanto haga falta.

Cuando eso se haya dado, ya veremos con qué otros pueblos establece alianzas mi pueblo y con cuales no. Pero renunciar a mi nacionalidad catalana para seguir siendo español, no, en absoluto. ¡Ni aun siendo republicano!


PUBLICADO EN:http://www.kaosenlared.net/secciones/s2/opinion/item/70251-%C2%A1espa%C3%B1a-una-%C2%A1espa%C3%B1a-grande-%C2%A1espa%C3%B1a-%C2%A1no-gracias.html

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