miércoles, 20 de marzo de 2013

El humo ciega sus ojos


No solamente los cónclaves vaticanos se esconden tras cortinas de humo sino que así se camuflan todas las felonías que el poder lleva a cabo para mantener su supremacía sobre el resto de los mortales. Desde la pseudodemocracia capitalista hasta el actual católicopopulismo exacerbado en el continente sudamericano con el nombramiento de ese Sumo Pontífice de origen argentino, pasando por los campeonatos de fútbol, más los espectáculos televisivos de todo orden, todo son cortinas de humo que ciegan los ojos del pueblo sometido. De no ser por ellas, difícil lo tendrían para sujetar a toda la población que ahora vive sometida, pues más tarde o más temprano el pueblo entero se les sublevaría.

El ser humano adora el poder y en su nombre legitima la maldad, puesto que es bien sabido que sin ella no hay modo de alcanzarlo. De ahí que no cause extrañeza a casi nadie que entre quienes gobiernan raramente se encuentren buenas personas. ¿Iba a ser distinto en la Santa Madre Iglesia, una organización de poder como la que más donde las haya? No parece probable. Desde siglos esa “santa” institución ha venido haciendo demostraciones de ambición y de poder inigualables. Solamente la bondad y mansedumbre de muchos de sus fieles salvan la cara de lo que desde un buen principio se concibió como una herramienta de dominio mental. Vea su historia si alguien duda de ello.

En el presente los más altos dignatarios de la Iglesia Católica Romana han elegido su máxima autoridad. Un argentino ha sido el agraciado. Cabe preguntarse qué esperan de él sus electores. ¿Lo habrán elegido acaso con la esperanza de que contribuya a reformar la Iglesia, cambiándola de tiránica en profética, lo cual los despojaría de una vez para siempre de sus poderes? No parece demasiado probable. Luego, ¿por qué motivo lo eligieron precisamente a él, a alguien sobre quien recaen no pocas sospechas de connivencia con los criminales golpistas más la innegable certeza de que no denunció ni se opuso a sus crímenes?

De entre todos los comentarios que nos llegan de personas allegadas a la Iglesia o simpatizantes con ella, pocos vemos que se planteen semejantes preguntas. ¿Cómo puede ser que no se las hagan? Cómo puede ser que los fieles católicos sean tan ciegos en su mayoría que no sepan ver toda la martingala que hay detrás de las elecciones papales? ¿Será porque no hay peor ciego que el que no quiere ver? Puede ser.  Y puede ser también que no quiera ver quien con su clara visión tema perder la esperanza de que algo venga a redimirlo de su humillante postración de sometido. Quien no quiera perder la esperanza de que algún día sus deseos de felicidad acá en la tierra puedan dejar de ser imaginarios y hacerse reales. Ah, pero sin hacer esfuerzo alguno para lograrlo ni perder nada de cuanto ahora se tiene! Algo así como la revolución gratuita, caída del cielo como les caía el maná a los israelitas en su travesía del desierto.

Comodidad, confort hasta para las cosas del alma. Ninguna lucha, ninguna renuncia en pos de la utopía, sino esperar que el cielo la dispense. ¡Linda fe la de esos fieles creyentes! Así no extraña en absoluto que sigan cifrando la felicidad en el más allá, en tanto que para el más acá se aferren a cuantos beneficios tengan a su alcance.

Supongo que no faltará quien quiera hacerme notar que esa actitud pasiva que señalo y denuncio no es exclusiva de quienes siguen a la Santa Madre Iglesia Católica Romana, sino de la mayor parte de la población mundial. Cierto, debo admitirlo. ¿Será quizá que unos y otros dejan a gusto que el humo ciegue sus ojos? ¿Será que ya les están bien los engaños que sirven para mantener anestesiadas las conciencias? De ser así, poco cabe esperar que se interpelen quienes ahora celebran con júbilo la elección de su cardenal argentino como Papa. Parece lógico que lo festejen gozosamente y quieran ignorar cuanto pueda ensombrecer su ingenua alegría. Al fin y al cabo, si en el mundo triunfan los malos será porque Dios así lo quiere, puede ser que digan.

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