jueves, 3 de enero de 2013

Año Nuevo... ¿vida nueva?


Acá, por estos pagos, no parece que vaya a cumplirse el viejo refrán. No es ese el rumbo que por ahora se anuncia, a menos que la novedad consista en retroceder a una escasez material que quienes tenemos ya una edad dábamos por finalizada.

Lo grave del retroceso es que no es voluntario, sino forzado. En tanto que el afán desmesurado de consumo se consiguió mediante la exacerbación de la codicia a través de la publicidad, la renuncia a esos “bienes” se está produciendo por la fuerza. Por una austeridad impuesta a golpe de decreto, irrespetuosa con las necesidades básicas de la población, las cuales se venían atendiendo hasta el presente a través de las diversas instituciones estatales. Una austeridad áspera, ingrata, ruda, severa, que imponen los gobernantes a los más pobres en beneficio de los más ricos.

La racionalidad de la economía, que puesta al servicio del bien común podría dar lugar a decisiones políticas deseables, está al servicio de una ideología irracional por inhumana, en la cual lo conveniente a una minoría se antepone a lo necesario para la mayoría. En el modo de vida que esa falsa racionalidad económica nos impone, la distracción prima sobre la reflexión, el confort se antepone al bienestar interno de la persona, la ostentación se convierte en un valor y la insolidaridad y la actitud competitiva devienen virtudes. Sin lugar a duda alguna, lo material le gana la partida a lo humano.

El planeta Tierra, nuestra gran casa común, está en situación límite. La ecología nos advierte que ya no da más de sí, que no podemos seguir explotando recursos cada día más escasos ni destruyendo elementos tan imprescindibles para la vida como son el aire y el agua. Se nos dice que no podemos seguir con el ritmo de vida que la humanidad lleva en los países desarrollados, que debemos bajarlo, que debemos racionalizar el consumo, que debemos ceñirnos a lo verdaderamente necesario si queremos perdurar en tanto que especie.

Pero no parece que quienes gobiernan escuchen tales advertencias. La austeridad que ahora se decreta nada tiene que ver con la necesidad de detener el loco consumo en que estamos sumidos sino en reafirmar una forma de distribución de riqueza por demás injusta, incrementando las desigualdades que genera. La forma de vida que la austeridad conlleva seguirá siendo la misma, solo que le estará vedada a la mayoría de la población. Ahorro ecológico quizá, habrá que verlo, pero cambio de rumbo, ninguno. Ninguna vida nueva, pues, por el momento.

Otra cosa sería potenciar la frugalidad, el gusto por lo bueno, por lo sabroso, por lo verdaderamente rico, por lo esencial para la vida. Promover el descubrimiento de valores humanos auténticos, indiscutibles desde una perspectiva de bien común, la única que puede salvar a nuestra especie de la vorágine que la engulle. Pero no es eso lo que promueven quienes gobiernan hoy por hoy ni quienes gobernaron en las últimas décadas. Un espíritu crítico, una sociedad responsable, significaría la oposición a la irracionalidad que ahora rige en el mundo, la discusión de todas esas supuestas verdades en que se asientan las políticas que decretan, la solidaridad de los de abajo ante los abusos de los de arriba. Nada de eso conviene a su ciego egoísmo.

Si el pensamiento personal se establece sobre lo que se va viviendo, el deseado cambio del pensamiento colectivo necesita un cambio radical en nuestra forma de vivir. Un cambio que no se dará mientras sigamos teniendo como valores máximos los que ahora nos guían. Quizá la carencia de lo material lleve a algunas personas a descubrir la riqueza de la frugalidad... ¡Quizá! Pero mientras las pantallas de televisión sigan promoviendo el culto a los sanguinarios ídolos que ahora veneramos, difícilmente la sociedad va a descubrir el templo interior que a un dios de vida puede edificarse en cada corazón humano.

Vida nueva es la que debiéramos desearnos para este 2013 que comienza. Una vida nueva plenamente humana que renazca de las cenizas de esta irracional inhumanidad que ahora nos gobierna.

Aupemos, pues, el ánimo. Cuestionemos nuestros valores como primer paso para modificar nuestra conducta. Y tengamos el coraje de compartir nuestros anhelos sin temor, a fin de hallar compañía para hacer ese largo camino hacia una auténtica vida nueva.


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