miércoles, 9 de enero de 2013

La Cataluña que amo


Es la de las personas responsables que con sensatez, dedicación y esfuerzo hicieron que nuestro pueblo fuese modélico en tantos momentos de la historia.

Es la que apostó por la cultura la que abrió escuelas, ateneos, bibliotecas teatros y salas de concierto al alcance de todo el mundo. La que fomentó el amor a la lectura y a la naturaleza. La que contribuyó a desarrollar el pensamiento crítico en cada persona.

Es la rebelde, la que se sublevó y se subleva contra la tiranía. La que luchó por los derechos de la clase obrera. La que luchó al lado de la República. La de la resistencia ideológica y cultural contra la dictadura fascista. La que hoy se alza contra la arbitrariedad de quienes tienen en sus manos el poder, contra sus leyes injustas, contra su inhumanidad.

Es la que antepone los derechos humanos a toda conveniencia. La que hace suyos los principios republicanos de libertad, igualdad y fraternidad. La que quiere una justicia justa y como es debido, igual para todo el mundo, que no esté condicionada por influencias ni intereses.

Es la que entiende por progreso el desarrollo de las facultades humanas de todas las personas. La que exige una distribución justa y equitativa de los bienes que la naturaleza nos ha dado y de los que se han logrado con el esfuerzo y trabajo humano. La que antepone el bien común a los intereses personales y a la propiedad privada.

Es la que se opone a la privatización de los servicios básicos para la salud y el desarrollo personal, tales como la sanidad, la enseñanza, la atención a la gente mayor, etc. La que quiere que todos esos servicios sean públicos y de calidad.

Es la que no cree ni quiere creer que los recortes en los servicios públicos sean necesarios, como dicen los gobiernos. La que está harta de las mentiras que nos cuentan por la TV, la radio y la prensa. La no acepta esta democracia de tres al cuarto, hecha a medida de los intereses de las clases privilegiadas, que juega con barajas marcadas, que ignora la voz del pueblo y nos trata como si fuésemos borregos.

Es la que no acepta un sistema económico diseñado según criterios neoliberales, que aumenta las desigualdades sociales y hace más ricos a los ricos y más pobres a los pobres.

Es la que rechaza a los políticos comprados por los banqueros y por las grandes corporaciones comerciales. La que quiere una clase política digna, honesta, responsable y al servicio del pueblo, a la cual se pueda pedir cuentas de lo que prometieron en las campañas electorales y luego no hicieron.

Es la reflexiva, la que es capaz de cuestionar la bondad de la forma de vida actual, marcada por el derroche, irrespetuosa con el medio ambiente, irresponsablemente explotadora de los recursos naturales de nuestra casa común, el planeta Tierra. 

Es la Catalunya que pone todo su esfuerzo en hacernos más humanos, en ser la avanzada de los cambios de mentalidad y de forma de vida que el presente exige. La que puede ser capaz de vivir de acuerdo con auténticos valores humanos. La que nos dignifica en tanto que pueblo y rechaza el triunfalismo de los poderosos.

La otra Cataluña, la de los irresponsables, la de los ricos prepotentes, la que apuesta por el lujo, por la riqueza material, por la codicia. La que solo se interesa por el dinero y el bienestar material... Esa no la amo en absoluto, y no la quiero para mí ni para las personas que amo.


jueves, 3 de enero de 2013

Año Nuevo... ¿vida nueva?


Acá, por estos pagos, no parece que vaya a cumplirse el viejo refrán. No es ese el rumbo que por ahora se anuncia, a menos que la novedad consista en retroceder a una escasez material que quienes tenemos ya una edad dábamos por finalizada.

Lo grave del retroceso es que no es voluntario, sino forzado. En tanto que el afán desmesurado de consumo se consiguió mediante la exacerbación de la codicia a través de la publicidad, la renuncia a esos “bienes” se está produciendo por la fuerza. Por una austeridad impuesta a golpe de decreto, irrespetuosa con las necesidades básicas de la población, las cuales se venían atendiendo hasta el presente a través de las diversas instituciones estatales. Una austeridad áspera, ingrata, ruda, severa, que imponen los gobernantes a los más pobres en beneficio de los más ricos.

La racionalidad de la economía, que puesta al servicio del bien común podría dar lugar a decisiones políticas deseables, está al servicio de una ideología irracional por inhumana, en la cual lo conveniente a una minoría se antepone a lo necesario para la mayoría. En el modo de vida que esa falsa racionalidad económica nos impone, la distracción prima sobre la reflexión, el confort se antepone al bienestar interno de la persona, la ostentación se convierte en un valor y la insolidaridad y la actitud competitiva devienen virtudes. Sin lugar a duda alguna, lo material le gana la partida a lo humano.

El planeta Tierra, nuestra gran casa común, está en situación límite. La ecología nos advierte que ya no da más de sí, que no podemos seguir explotando recursos cada día más escasos ni destruyendo elementos tan imprescindibles para la vida como son el aire y el agua. Se nos dice que no podemos seguir con el ritmo de vida que la humanidad lleva en los países desarrollados, que debemos bajarlo, que debemos racionalizar el consumo, que debemos ceñirnos a lo verdaderamente necesario si queremos perdurar en tanto que especie.

Pero no parece que quienes gobiernan escuchen tales advertencias. La austeridad que ahora se decreta nada tiene que ver con la necesidad de detener el loco consumo en que estamos sumidos sino en reafirmar una forma de distribución de riqueza por demás injusta, incrementando las desigualdades que genera. La forma de vida que la austeridad conlleva seguirá siendo la misma, solo que le estará vedada a la mayoría de la población. Ahorro ecológico quizá, habrá que verlo, pero cambio de rumbo, ninguno. Ninguna vida nueva, pues, por el momento.

Otra cosa sería potenciar la frugalidad, el gusto por lo bueno, por lo sabroso, por lo verdaderamente rico, por lo esencial para la vida. Promover el descubrimiento de valores humanos auténticos, indiscutibles desde una perspectiva de bien común, la única que puede salvar a nuestra especie de la vorágine que la engulle. Pero no es eso lo que promueven quienes gobiernan hoy por hoy ni quienes gobernaron en las últimas décadas. Un espíritu crítico, una sociedad responsable, significaría la oposición a la irracionalidad que ahora rige en el mundo, la discusión de todas esas supuestas verdades en que se asientan las políticas que decretan, la solidaridad de los de abajo ante los abusos de los de arriba. Nada de eso conviene a su ciego egoísmo.

Si el pensamiento personal se establece sobre lo que se va viviendo, el deseado cambio del pensamiento colectivo necesita un cambio radical en nuestra forma de vivir. Un cambio que no se dará mientras sigamos teniendo como valores máximos los que ahora nos guían. Quizá la carencia de lo material lleve a algunas personas a descubrir la riqueza de la frugalidad... ¡Quizá! Pero mientras las pantallas de televisión sigan promoviendo el culto a los sanguinarios ídolos que ahora veneramos, difícilmente la sociedad va a descubrir el templo interior que a un dios de vida puede edificarse en cada corazón humano.

Vida nueva es la que debiéramos desearnos para este 2013 que comienza. Una vida nueva plenamente humana que renazca de las cenizas de esta irracional inhumanidad que ahora nos gobierna.

Aupemos, pues, el ánimo. Cuestionemos nuestros valores como primer paso para modificar nuestra conducta. Y tengamos el coraje de compartir nuestros anhelos sin temor, a fin de hallar compañía para hacer ese largo camino hacia una auténtica vida nueva.